¡Ecografia del tercer trimestre!

Estamos muy contentos, ayer fuimos a hacernos la ecografia del tercer trimestre, estando de 34 semanas y dos días, y fue muy emocionante!!

Me levanté con el estómago revuelto, Biel estuvo de fiesta toda la noche y por la mañana seguía. Llevo una semana que de tan apretado que tengo el estómago, me dan arcadas, sobre todo por las mañanas. Cuando tengo el estómago lleno estoy mal, y cuando está vacío, peor… Y cada vez voy más a menudo al baño a hacer pipís de canario, pero es que no me aguanto! Así que ayer entre eso y los nervios (y los gatetes que me roban espacio en la cama y la lían jugando), casi no dormí por la noche, estaba agotada, y la espera se me hizo eterna!! Me entraban ganas de hacer pipí, calor, y al final ya, dolor de costillas de estar sentada tanto tiempo tan recta. Iban bastante atrasados y estuvimos esperando más de una hora a que nos tocase, teníamos hora a las 12:30, y salimos a las 14:30 del hospital…

La ginecóloga primero nos sentó a repasar informes, y hablamos un poco de mi superhistorial obstétrico, con mucho cariño y atención. A diferencia de mis ginecólogos del antiguo hospital que a cada visita y cada ecografia me preguntaban siempre lo mismo… ella se había tomado la molestia (o más bien, el interés), de leer toda mi historia antes de hacerme pasar, por lo que no hizo falta que repitiese los datos dolorosos, lo que es de agradecer. Como todas las que me he ido encontrando en este hospital, era una chica joven, muy amable y dulce, y motivada con su trabajo.

Después, me hizo primero la ecografia transvaginal, para ver el cuello del útero y la altura de la placenta. Nada más tumbarme, Biel empezó a tener hipo, y cuando me puso la sonda, empezó a revolverse y no paró en toda la prueba, a este niño no le gusta nada que le molesten! La doctora flipaba de lo que se movía, pero no puso ni una mala cara aunque Biel le dificultase el trabajo. Y nunca, repito, nunca, me la habían hecho una ecografia vaginal con tanto cariño!! Ni una pequeña molestia, y eso que estuvo un buen rato mirando, pero sin hurgar ni hacer movimientos bruscos como me tienen acostumbrada esos ginesaurios…

El cuello está bien larguito, y la placenta sigue baja, pero ha subido un poquito desde la ecografia anterior. Está a 3 centímetros del cérvix, por lo que no hay problema para intentar un parto vaginal, pero, eso si, vigilando porque tengo mayor riesgo de hemorragia al estar tan baja. Para volver a controlar tanto la placenta como el crecimiento y estado de Biel, me dijo que en un mes, si no me había puesto de parto antes, haríamos otra ecografía.

Después pasamos a ver al peque, y eso ya me lo olía: Biel ya está en cefálica!!! Me pusieron la camilla más extendida para que pudiese bajar las piernas del potro y estar cómoda, todo un lujo de trato, vamos! Teníamos una pantalla enfrente nuestro para que pudiésemos ir viéndolo todo mientras ella iba calculando medidas y demás. Se agradece no tener que dejarnos el cuello mirando de reojo y al final no ver nada, además, ella muy atenta, nos iba diciendo que cada cosa estaba bien conforme la veía. Estuvo mucho rato mirando cada detalle, hasta pudimos ver como las válvulas del corazón se movían perfectamente.

Según calculó, Biel ya pesa 2 quilos 200 gramos, que es ni mucho ni poco, está en la media de la normalidad. Así que respiro tranquila, ya no me preocupa si mi barriga es pequeña o grande, él está correcto de medidas y eso es lo que importa. Eso si, como soy tan pequeñita lo tengo completamente encajado en el pubis, y su culo clavado en mis costillas, bien ajustadito, como una pieza de tetris. Me dijo que no le extrañaba que me doliesen las costillas por como estaba colocado, pero es que no tiene más sitio el pobre…

Y al final, lo más emocionante, verle en directo… Nunca antes he podido ver como se movían mis hijos, y me emocionó mucho… En el otro hospital, la pantalla del ecógrafo está a un lado, y la giran para ver ellos, por lo que yo, ni desnucándome llegaba a pillar nada. Y luego cuando la giraban para enseñármelos, ya era con la imagen congelada. Su padre si que los podía ver, y luego me lo contaba, pero yo nunca los he visto en acción. Por lo que ayer fui muy especial para mi, me emocioné muchísimo…

Le vimos perfectamente la carita de perfil, primero con las dos manitas tocándose, y luego las bajó y empezó a tragar líquido amniótico, y sacaba la lengua… La doctora decía: que bien se está portando que nos está enseñando un montón de cosas! Se veían perfectamente los labios, la lengua, la nariz… Lo recuerdo y se me empañan los ojos, fue como verle directamente, increíble… ¡Morí de amor!! ❤

Las imágenes que nos dieron no se ven demasiado claras, tenemos otras de la columna y cosas que ni sabemos que son… Os traduzco estas : está de perfil, con la cabeza a la derecha de la imagen, en la de la izquierda, se ven los puñitos encima de su cara, y la otra, es el mismo perfil pero más cerca, con la mano separada, y se ven los labios y la nariz muy ampliados.

 

Salimos muy contentos, todavía no me lo creo que estemos a estas alturas y tan bien… Estamos muy agradecidos con el trato del personal, y lo atentos que están siendo. Para un próximo embarazo, llevaré todos los controles allí porque la verdad es que se lo miran todo con más detalle y me hacen sentir mucho más segura.

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Abrazos mamíferos ❤

 

 

 

 

Embarazo de Aritz: la parte positiva

El embarazo de Aritz, aunque tuvo momentos muy complicados, fue feliz, muy feliz. Llegó a alegrarnos la vida, después de dos años buscando, con abortos, con problemas de salud y muchos disgutos, y ya a las puertas de ir a inseminación artificial. Fueron 6 meses de felicidad infinita, siempre le estaremos agradecidos de que nos eligiese como padres.

Como ya os conté en la entrada: Las pruebas de infertilidad y los milagros que ocurren , estábamos bastante seguros de haber acertado el día de su concepción, la madrugada del 6 de Junio de 2014. El primer síntoma que me hizo sospechar estar embarazada, fue que me encontraba muy bien. Normalmente, una semana antes de que llegase mi período me pesaba todo, estaba muy sensible, con dolor y malestar general. Mis reglas eran muy duras, empezaban molestando una semana antes, y se extendían a una semana de sangrado muy abundante y doloroso, en total, medio mes hecha polvo.

Pero esa vez, estaba como una rosa, así que los días 12 y 13 por la mañana me hice los test de embarazo. Dieron un positivo muy suave, difícil de ver, pero era real, no nos lo creíamos… Esperé hasta el día 17 para repetir el test, confirmar que la línea se marcaba con más fuerza y acabar de creerlo. Ese día nos emocionamos y nos llenamos de felicidad, nos lo empezábamos a creer. Fuimos a comer para celebrarlo, en secreto, tan secreto que no tenemos ni fotos. Igualmente, por si acaso, esperamos al día 25, repetimos test, y reconfirmándolo, nos atrevimos ya a llamar a la familia y dar la noticia. Todos se alegraron muchísimo, llevábamos muy mala racha en muchos aspectos, y dar una noticia así fue un respiro, parecía que empezaba una buena etapa.

Estaba embarazada, por fin, y evolucionaba favorablemente, así que inocente de mí, pensaba que habíamos superado lo más difícil. Todo me era nuevo, y maravilloso, cada síntoma, cada semana… Aunque era mi primer embarazo, nunca tuve miedo excesivo, confiaba en mi cuerpo, en nosotros. El parto no me angustiaba, ya que llevaba años informándome, estaba (y estoy) convencida de que lo podía afrontar, incluso disfrutarlo. Todo lo que teníamos que hacer era empezar a contar las semanas que faltaban para que llegase nuestro mayor deseo.

Era verano, y estábamos viviendo en una casita, en plena montaña, con un jardín estupendo. Recuerdo con mucho cariño que cada mañana salíamos a desayunar y tomar el sol, mi pareja, los gatos, el camaleón y la tortuga. Poníamos unos altavoces con música, y allí nos pasábamos la mañana hasta que llegaba la hora de comer.

Desayunando en el jardín

Desayunando en el jardín

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Con mi gato Flip y la perrita del vecino en el jardín

Con mi gato Flip y la perrita del vecino en el jardín

Todo iba estupendo, lo único que me encontraron fue infección de orina ya a las 5 semanas, con lo que tuve que tomar antibiótico. A partir de ahí, empecé a tener candidiasis, que no se me iba por más cremas, pastillas y óvulos que me recetaron. Las tuve molestando todo el embarazo, y es que, a ningún médico se le ocurrió recomendarme tomar probióticos y una dieta prebiótica. Después de parir, los tomé y cuidé la alimentación, y se han ido, sin tomar nada más.

El primer trimestre, exceptuando los vómitos, fue muy bonito y tranquilo. Me hicieron una ecografía a las 6 semanas, para confirmar que había anidado bien. Le vimos, y escuchamos su corazón por primera vez, que emocionante… Recuerdo que mi pareja quería, desde ese día, tatuarse las ondas de su corazón latiendo, los del primer día. Después, llegó la ecografia de las 12 semanas, a la que pudo acompañarnos mi madre que se emocionó también mucho. Ese día, mi pareja puso la grabadora del móvil para tener el sonido de su corazón, y en alguna otra visita con la comadrona, también lo grabó.

Primera ecografia, a las 6 semanas

Primera ecografia, a las 6 semanas, con el latido de su corazón debajo

Estaba muy delgada, empecé el embarazo en 42kg, y en el primer trimestre, aunque vomitaba mucho, gané casi 5 kg. Tenía muchísimo hambre, cada dos horas comía, y por las noches, me despertaba con hambre y tenía que reponer combustible. Mi cuerpo me lo pedía, necesitaba reservas. Así que en seis meses de embarazo, engordé 12kg, que me vinieron muy bien. En toda mi vida no había conseguido subir de peso, así que estaba (estoy) muy contenta con mi nuevo cuerpo. La barriga en seguida se me empezó a notar, al ser tan poca cosa, sólo se me veía barriga. Hicimos fotografías cada semana para ver su evolución, queríamos tener muchos recuerdos del embarazo.

Un bonito día en la playa

Un bonito día en la playa

Me compré un libro sobre la evolución del embarazo muy detallado, día a día. Disfrutaba mucho leyendo cada semana su evolución, qué se había formado, el tamaño que tenía, y mirando las ilustraciones que me hacían visualizarlo. Empecé a leerme un libro de Carlos González, (Comer, Amar, Mamar), que lo tenía pendiente de años atrás, pero nunca me atrevía a leer, ya que no estaba convencida de poder tener un hijo. También empecé un diario en el que quería ir explicándole a mi hijo como era su embarazo, para regalárselo cuando fuese mayor. El diario no pude escribirlo más que las primeras semanas, ya que, primero con los vómitos y el cansancio del primer trimestre, lo fui dejando, y más adelante, empezaron los problemas.

No nos iban las cosas muy bien en el aspecto económico, pero toda la familia hizo lo posible para ayudarnos y empezar a pensar en lo que nos haría falta. Mi tía, empezó a tejer ropita preciosa, mi madre empezó a comprar cositas, la madre de mi pareja también nos regaló ropa y un juego completo de ropa de cuna. ¡Hasta nos llegaron regalos de amigas de mi madre! La hermana mayor de mi pareja, además de regalarnos unas bambas, consiguió de sus amigas un montón de bolsas de ropa de 0 a 9 meses, una bañera, sillita para el coche, zapatos, un carrito, parque de juegos… Vamos, que no tuvimos que comprar nada, estaba casi todo preparado. Solamente nos dimos el capricho de comprarle un gorrito y unas manoplas muy bonitas.

A las 16 semanas, antes de irme a dormir, estirada boca arriba en la cama, noté a mi hijo por primera vez. Eran unas burbujitas muy leves, en un principio pensé que era otra cosa. Pero me di cuenta que si ponía la mano en mi tripa, él me contestaba, y siempre lo sentía por la noche. Le dije a mi pareja que creía que lo había sentido, pero que no estaba segura porqué era muy pronto, y cada noche fui comprobando que el patrón se repetía. Se lo comenté a mi madre, y a mi prima, y las dos me dijeron que, esa sensación que tuve, era mi hijo con toda seguridad. Y lo era, cada día fue notándose más claro y fuerte ese burbujeo, hasta que a las 19 semanas, ya eran movimientos inconfundibles.

Tomando el sol en el río

Tomando el sol en el río

De los movimientos de Aritz en mi barriga tengo recuerdos muy bonitos, estábamos muy conectados. Una tarde, estaba tumbada en el sofá, con mi gato Flip pegado a la barriga, y Aritz le dio una patada tan fuerte que se despertó, me miró indignado, y se fue. Nos reímos mucho. Las dos gatas (Maru y Joy), estaban muy cariñosas, siempre encima de mí, sobre todo Maru, que era la «bebé» de la casa con meses entonces. Se dormía encima de mi cabeza por las noches, y como buena mamífera, intentaba siempre estar en contacto físico conmigo (su mamá adoptiva). Otro día, poco antes del parto, me llené la bañera, pues ya estaba con contracciones y quise ver si me aliviaba el agua caliente (se lo comenté a mi comadrona y me dijo que, ningún problema, pero ahora pienso que no debería haberlo hecho). Aritz estaba juguetón, era un bebé con mucha energía, y se movía tan fuerte, que generaba ondas de agua en la bañera. Aunque estaba con mucho dolor, me hizo reír mucho.

Hasta en los peores momentos, disfrutamos del embrazo, no dejó de hacerme sonreír sentirle tan vivo dentro de mí. En la siguiente entrada, os contaré los recuerdos más oscuros del embarazo de Aritz. Sin duda, los que prevalecen en mi mente son los que os he contado aquí, los bonitos.

 

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Abrazos mamíferos ❤

Puerperio sin Aritz

Los primeros días sin nuestro hijo en mi vientre fueron un doloroso proceso de reubicación. No me sentía cómoda viéndome en el espejo, no me reconocía, mi cuerpo estaba en un impás. No sentía ése cuerpo como mío. La ropa que llevaba durante el último mes me quedaba grande, y la de antes no era tampoco mi talla. Después de dar a luz, se me ensancharon mucho las caderas, un par de tallas de golpe, así que no me iban mis pantalones. Mi nuevo físico me desconcertaba, tenía sentimientos contradictorios al respecto. Por un lado no me gustaba mi barriga recordándome su ausencia, pero también la veía con nostalgia, cómo un único recuerdo suyo. Mi útero palpitaba, encogiéndose, sentía cómo todo se reubicaba y descedía lentamente… Era descorazonador sentir movimientos dentro de mi que me recordaban tanto a mi hijo. La primera ducha sin él, la primera comida, la primera noche… Cada acción y todas las siguientes me recordaban que él no estaba con nosotros.

Cada vez que me quedaba un rato sola, lloraba, me hundía, me enfurecía, me desbordaba la cruda realidad y me consumía la impotencia. Yo dejaba las lágrimas salir, y pasaba horas en la más profunda tristeza, vivéndola, dejándole el espacio que necesitaba. Cuando mi pareja notaba que había estado llorando, me abrazaba, me acompañaba y nos desahogábamos juntos.

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Los desajustes hormonales propios del puerperio, ya te dejan bastante emocional aunque no hayas tenido un parto traumático. Y cuando no tienes a tu bebé para compensar con ésos subidones de oxitocina y endorfinas, la situación y la carga hormonal te superan. Los días de sangrado y los dolores de los entuertos lo hacían más insoportable. Es mucho tiempo, y quieres retomar el ritmo habitual, pero el cuerpo te recuerda tus limitaciones.  Estaba no-embarazada, pero tampoco me ubicaba en ningún punto del ciclo menstrual. Me hacia sentirme todavía más perdida, ajena a mi cuerpo. Estar casi durante cuarenta días expulsando todo aquello que acompañaba a mi hijo dentro de mi, era como despedirme lentamente, día a día, de lo poco que en éste mundo físico quedaba de él. Ahora me doy cuenta de que, simbólicamente es sanador, el cuerpo tiene su ritmo, no pasas de cero a cien en un día. Es un proceso paulatino de reencuentro contigo misma y de adaptación a la nueva realidad.

Un par de días después del parto, tuve un poco de fiebre, y se empezaron a hinchar mis pechos… Mi mente, y mi cuerpo esperaban a mi hijo, todo estaba preparado, y él no estaba. Tuve leche durante un par de semanas, fue doloroso físicamente, y emocionalmente devastador… Pero de ésto ya hablaré en otro post más detalladamente. Además, como os conté en la entrada Resultados de la necropsia de Aritz, tuvimos que hacer las gestiones para autorizarla, lo que supuso tener que volver a ese hospital dos días después del parto, ver a mi ginecólogo, y volver para recoger los resultados un mes más tarde.

La primera semana, cogí un resfriado fortísimo, y también me apareció un eccema muy molesto en la cara. Además tenía mucho dolor pélvico.  Aprovechando que hablé con mi comadrona, le pedí cita para verme, revisarme y hablar un poco. Me hizo un tacto para ver si se iba cerrando el cuello del útero, y me hizo muchísimo daño. Le insistí en que el dolor que tenía me preocupaba, que lo tenía desde antes del parto. Cada vez que orinaba, me sentaba o levantaba, sentía fuertes pinchazos. Así que me hizo una tira de orina y salíó que tenía infección. Me indigné, ya que lo intuía, mi ginecólogo me dió largas los últimos meses del embarazo (habiendo tenido infecciones recurrentes durante el embarazo), llevaba un par de meses quejándome, yendo a urgencias, y no hicieron cultivo hasta que fue demasiado tarde…

Empecé a notar también, que además de sangre, empecé a expulsar unos trozos de tejido de un par de centímetros. Me preocupé, ya que mi ginecólogo traccionó el cordón umbilical, y eso podría haber hecho que quedasen trozos de placenta, con el peligro que éso conlleva. Me agobié mucho, no quería volver a ése hospital, y la posibilidad de tener que pasar por un legrado, después de todo, me ponía de los nervios.

Conseguí que me diesen hora un par de días después para una ecografia, para descartar que hubiesen restos. Mientras tanto, y gracias a la asociación Dona Llum, tuve la suerte de que una comadrona fantástica, me ofreciese su numero personal. Así que pude consultarle a ella, le envié fotografías de lo que iba expulsando, y me aconsejó con mucho cariño y profesionalidad. Me recomendó también tomar probióticos, ya que con los antibióticos (siempre debe hacerse, pero nunca nadie me lo dijo) la flora se desequilibra y por eso después de cada toma, enlazaba con los hongos. Mientras esperaba al día de la ecografia, me dijo que estuviese atenta y acudiese a urgencias si tenía hemorragias fuertes, dolores intensos, mal olor, fiebre… Ella me transmitía seguridad y mucho de soporte emocional, simplemente haciéndome sentir escuchada, y se preocupó de ir sabiendo como evolucionaba. Esa atención tan personalizada y humana no la he encontrado jamás en la seguridad social.

En la ecografía no encontraron restos de placenta, todavía quedaba algo por expulsar, pero se suponía que eran sólo coágulos. Así que volví a casa algo más tranquila, y vigilando los síntomas hasta que acabase la cuarentena.

Pasaron un par de semanas y, aunque noté mucha mejoría después del antibiótico y el probiótico, y conforme fui expulsando los coágulos los dolores aflojaron, no acababa de sentirme bien del todo. Además estaba débil, después de tanto sangrado, seguro que tenía anemia. Así que pedí cita con mi doctora de cabecera. Ella consultó mi historial, y vió que el día del parto me habían hecho citologia y cultivos y di positivo en cándidas e infección de orina. Menos mal que decidí insistirle a mi comadrona y ella me encontró la infección semanas antes, que si fuese por los del hospital todavía la tendría…  Me dijo que los antibióticos que tomé eran los adecuados para la bacteria que tenía, así que la infección debía de estar solventada. Me recetó óvulos para los hongos, pero como no tenía molestias (los probióticos debieron irme muy bien para regular la flora), me dijo que no hacía falta que los usase si no volvían a aparecer.

Fue muy amable, escuchó todos mis síntomas, y me programó analíticas y estudio hormonal para ver como estaba de todo. Me dijo que era normal tener el cuerpo «loco», y que en mi caso, el estrés que había sufrido podía desencadenar que me bajasen las defensas y enfermase. En los resultados me detectaron algunas hormonas alteradas, debido a que hacía muy poco del embarazo y aún tardarían en volver a la normalidad. Las defensas altas, por las infecciones recientes. Y anemia, así que empecé a tomar hierro durante un par de meses.

Después me revisé en el dentista, que me dijo que tenía periodontitis. Debido a las hormonas del embarazo me había avanzado muy rápido. Eso me deprimió bastante, quería estar sana, y me daba la sensación de que no acabaría nunca. Así que me tuve que hacer un raspado completo, muy desagradable y caro, pero era necesario de cara a un futuro embarazo tener las encías sanas.

Sufrí durante meses, pesadillas por la noche y flashbacks durante el día con imágenes del parto. Los días, las horas, los minutos…. se hacían eternos. Deseaba que pasase el tiempo para estar más lejos de ése presente tan doloroso. El peor momento del día era la noche, irme a dormir sintiéndome vacía… se me hacía muy duro. Me había acostumbrado a dormirme hablándole, acariciándome la barriga, darle las buenas noches y decirle cuánto le queríamos… Recordaba como era coger postura en la cama y sentir como él se recolocaba, adaptándonos el uno al otro. Me sentía muy sola sin él, me costaba horrores dormirme.

Por las mañanas no era mucho mejor, despertarme literalmente de una pesadilla, tensa y agotada, y darme cuenta que mi vida era una pesadilla en sí misma. No sabía si era peor seguir dormida o despertarme. Mi pareja, que siempre se despierta antes que yo, iba viniendo a ver si me podía despertar. Me dejaba toda la tregua que pedía, fue muy comprensivo. Vivir ésa realidad era insoportable, todo me recordaba a mi hijo, al parto… Cuando estaba embarazada de Aritz, por la mañana, me quedaba un rato estirada, pendiente de sus movimientos, ésos momentos eran pura felicidad. Después venía mi pareja con el desayuno, y le explicaba orgullosa, todo lo que había hecho nuestro hijo. Así que el cambio drástico de rutinas hacía que por la noche tuviese insomnio, y por las mañanas estaba tan agotada y deprimida que no podía levantarme.

Con mi pareja pude hablar de todo lo que sentía, lloramos juntos todo lo que necesitábamos, y estuvimos muy unidos. Por suerte, él estaba de baja, así que pudimos permitirnos vivirlo en casa, juntos y sin prisa. Desde el principio, tuvimos muy claro que queríamos sanarlo, y quedarnos con la parte bonita. La felicidad que nos trajo su llegada a nuestra vida, como nos unió, la alegría de los meses de embarazo y de cada pequeño avance, todo lo que hemos aprendido… Por respeto a nuestro hijo, no queremos recordarle con tristeza, él nos trajo luz, así que debemos recordarle con una sonrisa. Para poder llegar a ése punto, tenemos que soltar todo lo negativo, y conseguir estar cada día más en paz con lo que sucedió. Tenemos claro que el dolor y su ausencia son imborrables, pero intentamos vivirlo con naturalidad, sin pretender no estar rotos, pero tampoco anclarnos en la rabia o la depresión.

Necesitábamos, nos faltaba, tener un recuerdo suyo. Nos dolía quedarnos con las manos tan vacías. Le dije a mi pareja que quizá podíamos pedir que nos guardasen sus huellas, o una fotografía, y estuvo de acuerdo conmigo en pedirlo. Nos daba miedo que fuese demasiado tarde, pero queríamos intentarlo. Nos hacía muchísima ilusión podernos hacer un tatuaje en su honor con sus huellas. Y lo pedimos, nos costó y no nos aseguraron nada, (os lo cuento aquí). Todavía tenemos pendiente hacernos el tatuaje, en cuanto podamos.

Tanto él como yo, preferimos pasar esos momentos en la intimidad. No quisimos ver ni a familiares ni amigos. A lo mejor otros buscan apoyo, pero nosotros no lo necesitamos. En casa nos sentíamos cómodos, seguros y libres de empezar el duelo a nuestro ritmo. No es que nos encerrásemos en nuestra tristeza, es que no nos sentíamos preparados para compartirlo. Pero, yo parí el 7 de diciembre, así que, en poco tiempo se nos echaba encima la Navidad. No nos apetecía en absoluto. Ése año tenían que ser unas fiestas especiales, con nuestro hijo, y todos nos habían preparado regalos para él. Así que se hacía muy cuesta arriba, nos hubiese gustado posponerlas, parar el tiempo, saltar ésos días…

Poco más de un mes después del parto, el 10 de enero, empecé a manchar un poquito, y tres días más tarde vino mi primera menstruación. Me alegró mucho poder volver a coger el «ritmo», identificarme otra vez con mis ciclos. Fue muy suave, yo siempre las he tenido muy abundantes, de una semana larga y mucho dolor. Las siguientes también fueron así, solamente un día fuerte, un par de manchado ligerito y sin dolor. Me sorprendió gratamente que fuese tan fácil y agradable volver a menstruar. A partir de entonces, ya podíamos empezar la cuenta atrás, 3 ciclos para volver a buscar un nuevo embarazo. Me daba vértigo, mucho miedo… pero era la única ilusión que teníamos a la que acogernos. Así que le echamos paciencia, ganas, ilusión, y valentía. Así que empezamos a hacernos a la idea de hacia dónde iba nuestra nueva vida… y nos ha llevado a reencontrar la felicidad con el bebé que estamos esperando.

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Parto de Aritz, parte II: Quiero despertar de esta pesadilla…

Estamos llegando, veo las majestuosas montañas… Hace sol, debería ser un bonito día de invierno. Me dice que me dejará en la puerta e irá a aparcar, y no me quiero quedar sola, pero no puedo caminar. Bajo y camino lenta y torpemente hacia la puerta. Mientras le espero, veo como va entrando gente. Es domingo y urgencias está bastante lleno. Él llega en seguida, a paso ligero. Entramos, y le pido que hable él, no quiero explicar qué me pasa, otra vez, a la misma mujer de admisiones. Mientras hace cola, me siento en una silla de plástico, en la puntita, qué plástico tan duro… Veo como unos padres están dando sus datos, tienen un bebé y un niño pequeño enfermos, que pena tan pequeñitos y sufriendo… Después va un matrimonio mayor que he visto en la entrada, el hombre se sienta a mi lado, y su mujer me mira de reojo desde la cola… Debo  tener muy mala cara, miro al suelo para que no vean mi cara de dolor. Por fin le toca, no sé que le dice, pero él me señala, y la mujer llama por teléfono. En seguida un celador me viene a buscar con una silla de ruedas, y me deja delante de la puerta de urgencias, en la sala de espera. Hay mucha gente, y siento que todos me miran, por suerte estoy de espaldas a ellos. Espero no encontrarme con nadie ahora… Hay unos carteles que indican el tiempo estimado de espera, los dos lo miramos, las embarazadas con amenaza de parto están de las primeras. De golpe, la barriga se me pone de lado, se la enseño, contenta, porqué ya hacía mucho que no le sentía moverse así. Le acaricio, gracias hijo, me has hecho sonreír.

Abren la puerta, no han tardado nada, y otra vez toca explicar que pasa, odio ésta parte. Estoy de 26+6, sangro muchísimo y tengo mucho dolor. Pasamos a una sala, dónde me tengo que desnudar y el protocolo de siempre: pulso, temperatura, y volver a explicarlo. Ya me conocen de las anteriores veces, y ven que ésta vez es más grave. Me ayudan a subir a la camilla, que es dura como una piedra, completamente plana, y allí el dolor se hace insoportable. En seguida viene la médico, la misma que la última vez que fui me dijo que ni siquiera sangraba… No quiero tacto, pero me lo como con patatas ya que según ella, me miente, es la única manera de saber si estoy dilatando. Me duele mucho más que las otras veces, saca la mano y no dice nada. Evita mi mirada, eso son malas noticias. Inocente, pregunto si el cuello está cerrado, a ver si tengo suerte… pero me dice que no e intenta poner cara amable, después desaparece. Le pregunto nerviosa a la enfermera que qué harían, y me dice que no sabe, pero que en seguida llegará el ginecólogo. Me dice que me pondrá una vía con suero y algo para calmarme, no se si se refiere a los nervios o al dolor, pero me da igual…

Nos dejan solos unos minutos eternos, preocupados e indignados al no saber cómo está nuestro hijo, podrían haber escuchado su corazón… Llega el ginecólogo, justamente es el que lleva mi embarazo. Hace sólo dos días que me revisó con el especulo porqué le insistí con que tenía dolor y sangraba… Entonces me dijo que sólo eran restos, que me dolía la barriga porqué crecía y que debía de estar deshidratada. Me mira sorprendido, y se extraña ya que según él, hace dos días estaba «perfectamente». Se lo dije entonces que no estaba bien, que desde el tacto que me hizo mi comadrona el miércoles el dolor y el sangrado habían ido a más. Pero no me hizo caso, sólo soy una madre primeriza asustada… y ahora no tengo fuerzas para decirle todo lo que pienso.

No me explica nada, está serio, y le tengo que preguntar qué pasa. Me contesta sin un ápice de humanidad que estoy abortando. Me mata, le digo que no puede ser. Tengo que seguir preguntando porqué no me dice nada, ¿podéis darme algo para pararlo? Me dice que no. Me da miedo seguir preguntando, cada vez es peor… Me dice que el «feto», que ya no es un niño como hasta ahora, no es viable. Dice que nos tendrían que trasladar a un hospital con UCI para neonatos, pero que no me lo recomienda. Me cuenta que la semana pasada le pasó lo mismo a una chica con la misma edad gestacional y que aunque la trasladaron, el bebé murió poco después de nacer. Continúa diciendo que no recomienda intentar salvar a un bebé tan prematuro, que tendría demasiados problemas de salud. Para poner la guinda, dice con total frialdad, que él no tiene ninguna obligación legal de reanimarlo siendo tan pequeño. No me puedo creer que esté hablando de un bebé con tan poco respeto, como si fuese un juguete defectuoso. Darlo por perdido antes de saber como está… ¿Cómo un médico puede no luchar por la vida?, ¿cómo se atreve a decirnos que no luchemos por nuestro hijo? ¿Piensa que nos podemos deshacer de él porqué el protocolo dice que no es viable? ¿Porqué le faltan dos semanas? Este ser tan frío y despiadado, ¿se dedica a traer al mundo vidas? Está claro que él no quiere ayudar a nuestro hijo, ya le ha sentenciado. Le digo que quiero el traslado, cuanto más lejos de él, mejor. Yo si que quiero intentar salvar a mi hijo, haría cualquier cosa por intentarlo. Me ve convencida y no le gusta, dice que primero hará una ecografia y entonces hablaremos. Se va, y nos deja esperando con el corazón en un puño.

Por fin, vienen a buscarnos con la silla de ruedas. Otra vez toca bajarme de la camilla, paso los empapadores a la silla, y me siento, que doloroso… Llegamos a la sala del ecógrafo, otra vez subir al potro… Veo que coge el ecógrafo vaginal, que bien, más dolor… Empieza a moverlo, aguanto las ganas de gritar, y se queda en silencio, muy serio. Me pregunta si he roto la bolsa, le digo que en la ducha he notado algo, pero con tanta sangre no he podido distinguir si era líquido o no. Sin decirme nada, se va a llamar por teléfono. Sigue en silencio, hasta que llega un doctor, es el pediatra. Ambos miran la pantalla, y el ginecólogo le dice al pediatra: es negativo. Me quedo helada. No me miran, y les pregunto qué pasa, aunque ya sé la respuesta… No hay latido, ha habido un desprendimiento de placenta, por éso el feto ha muerto. Se me para el corazón, el mundo, se me hace insoportable oír eso y seguir viva… Tiene que ser una broma, o una pesadilla, no le creo. Le digo que no puede ser, que le he sentido moverse hace un rato, no puede ser verdad. Miro a mi pareja, él tampoco se lo cree…

Sigue en silencio, no me da ninguna explicación más. Le pregunto que pasará ahora, y dice que lo tengo que «sacar». Ante nuestras caras de desolación, hace un intento por ser amable y me dice que en un par de reglas podemos volver a intentarlo. Todavía tengo a mi hijo dentro y me está hablando de sustituirlo… Ni una palabra amable. Me siento en una realidad paralela, no puede ser, no puede estar pasando… y éste señor no puede estar tratándonos así, he conocido veterinarios que tratan a sus pacientes con más delicadeza. No se que como irá, estoy asustada, y no me explica nada,  parece que tenga que estar tan acostumbrada como él a la situación. Excepto mi pareja, nadie parece darse cuenta de lo inhumano del trato, al menos, nadie quiere hacerse cargo. Los doctores no tardan demasiado en desaparecer sin decir mucho más, y nos quedamos con el celador. Ya ni siquiera nos tratan como padres, con sonrisas en la cara y felicitaciones, no somos más que un problema del que se quieren deshacer.

El parto de nuestro tan esperado hijo, no será en casa, como queríamos, rodeado de amor, no tendrá un final feliz… sólo será un trámite, el paso de la inmensa felicidad a la desolación y el vacío. No quiero parir, no así… Me gustaría que todo fuese más lentamente, tener tiempo para hacernos a la idea, despedirnos dignamente… Pero mi cuerpo me recuerda, con una contracción, que sigue avanzando.

Me levanto como puedo, con la ayuda de mi pareja. El cuerpo me pesa, la cabeza se me va, mi alma no está conmigo, se quiere ir con la de mi hijo… El pobre celador nos mira compasivo, dice que es una putada, pero que estas cosas pasan. Es lo más empático que nos han dicho hasta el momento.

Volvemos a la sala en urgencias, moverme para volver a subir a la camilla es ya insoportable. Nos dicen que esperemos mientras preparan una habitación, y que me van a ingresar. Odio los hospitales, y lo que estoy viviendo me reafirma. Me he pasado medio embarazo en urgencias, todos los controles y las pruebas salían estupendas, y mi hijo ha muerto. Nos dejan aquí tirados sin soluciones ni explicaciones médicas, sin acompañamiento emocional. Quiero irme a casa y hacerlo a mi manera, pero sé no me dejarían tal como estoy. Ahora tienen miedo por mi salud porqué ha habido desprendimiento de placenta y estoy perdiendo mucha sangre… A buenas horas se preocupan, a mi éso ahora me da igual. He pasado dos meses con contracciones, diciéndoles que perdía mucha sangre, y nadie me hizo caso. Sé que podrían haberlo hecho mejor, pero no me quedan fuerzas ni ganas para pedir explicaciones. Ni siquiera puedo, ya que el cobarde de mi ginecólogo se ha quitado del medio sin decirme ni «hasta luego».

Estoy desolada, igual que mi pareja. Sólo quiero abrazarle y decirle que le quiero. Tenemos un momento de intimidad para llorar a nuestro hijo, y consolarnos el uno al otro… Pero en seguida empiezo a estar muy mal, el dolor me supera.  De golpe tengo muchas ganas de ir al baño, me quiero bajar corriendo de la camilla e irme. Se lo digo a la doctora, y me dice que éso será que tengo ganas de empujar. Tengo el estómago revuelto, e insisto en ir, pero no me deja, dice que me traerá una cuña. ¿en serio? ¿no merezco un momento de intimidad? Necesito estar sola y no me dejan.

Vuelve con ella, y me hace levantar el culo para ponerme ése trasto metálico horrible que se me clava dolorosamente en mi ya dolorido coxis… Lo dejan esperando a ver si hago algo, como si fuese posible en ésa postura, con ése dolor, y todos mirándome. La situación me parece denigrante, cruel… Le digo que lo saque, y pienso que se lo metan ellos por donde les quepa, o lo usen de cojín y vean lo cómodo que es.

 

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Abrazos mamíferos ❤