Primera clase de maternidad: el parto

Ayer empezamos las clases de maternidad, las imparte la matrona que me ha llevado los dos embarazos (no es la del hospital en el que pariré). Por lo que ya asistimos a casi todas las clases el año pasado, y aunque sea un poco repetitivo por haberlas hecho antes, siempre va bien refrescar la memoria. Este año somos solamente dos mujeres (el descenso de la natalidad es alarmante…), el año pasado éramos cuatro, y Mamífero, claro.

En esta primera clase hablamos básicamente del parto, de como deseamos que sea, como transcurre, como controlar el dolor mediante la respiración, que expectativas tenemos y qué puede ocurrir… También nos puso unos vídeos de parto en casa, los mismos que vimos el año pasado, lo que me parece muy bien ya que es un tipo de parto que normalmente no se enseña, y pocas veces se da en un hospital.

Mi matrona parte de la base de si quieres o no epidural para enfocar el parto de una u otra manera. Y en parte es cierto, porque eso determina muchos factores, pero no es determinante, porque nunca se sabe si finalmente dará tiempo a que te la pongan, o si no la querías y al final no te sientes capaz. Lo más importante es estar preparadas para cualquier eventualidad, y abiertas a todo, como dijo ella misma, que no nos frustremos con el tipo de parto que finalmente tenemos si no se ajusta a nuestras expectativas.

También hablamos de lo que tenemos que llevar al hospital, para el bebé y la mamá, pero eso ya os lo cuento en otro post 😉

Hasta aquí todo correcto, ahora, me voy a permitir opinar y hacer un poco de crítica constructiva…

Mi matrona es bastante partidaria del parto natural, y tal como enfoca las clases, parece que en su hospital las cosas se hagan de una manera muy respetuosa. Según ella: no rompen la bolsa (a mi si me la rompieron y no hacía falta porque el niño se me salía, literalmente…), hacen piel con piel (pero apuntando que si el bebé tiene frío lo visten y ponen en cuna térmica, que es un sinsentido…), no hacen episiotomía sistemática (como debe ser, pero muchas se la llevan…), te dejan moverte mientras dilatas y que hagas lo que sea para estar cómoda (a mi ni me dejaron moverme, ni ir al baño, ni comer ni beber y me hicieron parir en litotomía aunque les pedí que me dejasen poner de cuclillas sobre la cama), como atendemos pocos partos no aceleramos el proceso (yo con un parto de menos de 15 minutos me sentí muy presionada e incluso insinuaron llevarme a quirófano para sacar la placenta)…  y una larga lista de afirmaciones en las que me tuve que morder la lengua…

A lo mejor, si me hubiese atendido ella el parto, hubiese tenido una mejor experiencia… Pero sabiendo que no solamente está ella, y que es una lotería quien te pueda tocar, es un error pintarlo tan bonito cuando hay tanto por mejorar en ese hospital… Y sobre todo, sabiendo que hay compañeros que dan un trato pésimo y que muchísimas mujeres (todas las que conozco que han parido allí lo corroboran) han tenido muy malas experiencias. La actitud de: lo hacemos todo super bien, es peligrosa.  Ni siquiera en el hospital al que fuimos ayer, en el que pueden presumir, tienen ese ego, al revés, desean mejorar.

También nos dijo que en lugares dónde hay mucha presión asistencial se debe de acelerar el parto con oxitocina porque hay mujeres esperando. Pues no, lo que se debe hacer, es exigir a dirección que se adapte el servicio a las necesidades de trabajo. La atención al nacimiento, tiene que ser igual de digna, haya muchas o pocas mujeres de parto.

Otra cosa que nos dijo es que hay mujeres que se ponen histéricas, que están enfadadas, gritan y se descontrolan… Y que a esas mujeres, a veces hay que ponerles la epidural antes de tiempo porque no aguantan, y entonces como la anestesia parará el proceso, claro, ya aceleramos el parto con oxitocina… Obviamente pasa que muchas mujeres estén fuera de si, pero me parece lo más normal del mundo. Si es tu primer parto, sobre todo, tienes sensaciones desconocidas, dolores y mucho miedo, y no todas pueden estar modo zen.

Cada una aguanta hasta dónde puede, y, por supuesto, si una mujer dilatada a 3 centímetros está rabiando, no la van a hacer esperar para ponerle la epidural a los 7, no tiene porque sufrir si no quiere. Pero no puede ser que ya se de por hecho que esa mujer no va a aguantar las horas que le quedan de dilatación, y que tendrán que acelerar el parto. Las matronas, además de asistir al parto propiamente, están para acompañar y dar alternativas, seguridad y alentar a la mujer e intentar calmarla. No solo con medicinas se calma a una mujer, y claro que hay situaciones en que ni la medicina lo consigue, pero una mujer pariendo, como todos los mamíferos, se siente vulnerable, y es comprensible que se aterrorice o se bloquee. No se la debe considerar una histérica ni infantilizar su conducta, porque es una situación que, por incómoda que sea para el profesional que la atienda, entra dentro de la normalidad.

Por último, no me gusta nada que cuando se habla del parto, el protagonista sea el dolor. Por experiencias que nos cuentan, por lo que se ve en las películas, por lo que nos imaginamos cuando visualizamos un bebé saliendo de nuestra vagina… Todas pensamos en el dolor, el sufrimiento, lo «malo» del parto… Como dijo mi comadrona, somos una sociedad que no está acostumbrada a sufrir dolor, tenemos una baja tolerancia, ya que por cualquier cosa tomamos un analgésico y nos olvidamos del dolor. Estoy de acuerdo con esa afirmación, la mayoría actúan así, pero no comparto esa actitud (yo no tomo analgésicos si no es algo extremo), ni creo que sirva para ejemplificar el dolor de un parto. Principalmente, y esto es vital entenderlo, porque el parto es un proceso fisiológico, no patológico como un dolor de muelas.

Afirmar que en el trabajo de parto se siente un dolor horrible, insoportable, lo peor, es ya, un mal comienzo. Las contracciones duelen porque tenemos el útero rígido (útero espástico como dice la gran Casilda Rodrigañez), por eso cuando este se expresa, sentimos dolor. Pero algunas mujeres han logrado parir con placer. No hay mucha diferencia entre una contracción de parto y un orgasmo, el mecanismo y las hormonas en juego son las mismas. Lo que determina que la experiencia sea más o menos agradable es la predisposición, el ambiente y como lo vivimos.

Normalmente acompañamos a las contracciones de placer, por eso no nos duelen, pero con las de parto nos tensamos. Es como si cortases un estornudo, molesta porque estás creando una resistencia a algo que pasa espontáneamente, pero estornudar no es desagradable en si mismo. La misma palabra, contracción, tiene un significado que desentona con lo que realmente es y le da una connotación negativa. Me gusta más el concepto expansión, que es lo que realmente logran, abrir el canal de parto.

Quizá todo esto os suene demasiado extremo e irreal, y os doy la razón, porque somos animales culturales, y es muy difícil que concibamos las cosas de manera distinta a como nos las han explicado toda la vida. No pretendo decir que el parto no sea un momento extremo y que no exista el dolor, sino que, cambia mucho la percepción de este según como lo enfrentemos. La sensación del dolor se ve condicionada por la mente, y aumenta con el miedo, y el sufrimiento. Por eso existen personas capaces de soportar situaciones muy extremas sin sentir dolor, mediante el control de la mente.

Cuando escucho a profesionales del parto como a mi comadrona hablar de que el dolor del parto es algo tan horrible e insoportable, siento que el enfoque está mal, que se obvia mucha información. Durante el parto se segregan analgésicos de manera endógena, el cuerpo es sabio y no nos causa un dolor que no podamos soportar. Nadie muere de dolor. Es una decisión personal y igual de digna tanto si quieres ahorrarte ese trance, como pasarlo a pelo. Pero me da pena por esas mujeres que temen al dolor, que pasan el embarazo con miedo al parto y rezando para que les de tiempo a ponerse la epidural.

Con afirmaciones así, se generan muy malas expectativas, y es normal que llegado el momento se viva el trabajo de parto con mucha tensión y sufrimiento. A veces, por tiempo, o porque no te hace efecto la analgesia, los partos acaban siendo sin epidural, y es algo para lo que todas tenemos que prepararnos. Imagino lo traumático que debe ser para una mujer que deseaba no sentir dolor, tener que enfrentarse a un parto sin anestesia y sin ninguna preparación previa.

El enfoque de matronas como la que nos atendió en el nuevo hospital es completamente distinto en ese aspecto. El dolor no era el malo de la película, es algo que de entrada, consideran que se puede sobrellevar si se dan ciertas condiciones. Escuchar a nuestro cuerpo, dejarnos ir, y estar en un ambiente seguro es lo principal para que no nos anclemos en él, para avanzar con las contracciones, y no pese a ellas. Es vital informar de que hay muchas maneras de pasar ese momento de una manera agradable, íntima y disfrutar el parto, no sufrirlo.

Motivarían mucho más a las mujeres afirmaciones como: estamos preparadas para parir, podemos soportarlo perfectamente. Que se nos empodere, y nos animen a confiar en nuestro cuerpo. Que no nos quedemos con el concepto de que nuestro cuerpo nos juega una mala pasada y nos hace sufrir sin sentido. El nacimiento es un proceso maravilloso y las contracciones son una ayuda, no el problema.

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Abrazos mamíferos ❤

Parto de Aritz, parte III: Tengo que parir.

Se me hace una eternidad lo que tardan en preparar la habitación, siento que pariré allí en cualquier momento. Cuando llegué a urgencias ya estaba de 6 centímetros, sin vuelta atrás. Ahora debo estar muy avanzada porqué casi no tengo descanso entre contracciones y son cada vez más potentes. Voy superándolas como puedo, y excepto mi pareja, nadie me acompaña ni me dicen nada para sobrellevarlo. Me retuerzo en ésa estrecha camilla, no tengo dónde cogerme, no puedo incorporarme, estar así es una tortura… Aguanto las ganas de empujar, no quiero parir, y menos aquí.

Por fin llega el celador, a media contracción, me espera, y aunque necesitaría tomar aliento,sé que son tan seguidas que intento bajar tan rápido como puedo a la silla. Cogemos mis cosas y vamos al ascensor, y aguanto el dolor en silencio. Empiezo a estar muy mareada, tengo calor y sed, el estómago vacío y revuelto… Me parece que estoy a punto de desmayarme, y no puedo ni articular palabra. Salimos del ascensor y siento que vamos rapidísimo girando por los pasillos, bajo la mirada para no marearme más. El celador va saludando a sus compañeros, siento que todos me miran aunque no les veo. Llegamos a un pasillo y pregunta a las enfermeras: ¿es vuestra, verdad? Responden que si, y vamos hasta la última habitación del pasillo. Hay una ventana enorme por la que entra el sol, radiante, como me gustaría no estar aquí.

Vuelvo a la realidad, tengo que parir. Al menos tengo una habitación individual, lo cual es un lujo ya que necesito intimidad. Me tengo que levantar, y aviso que estoy muy mareada. Me ayudan, es una cama alta, y en cuanto me apoyo en ella, siento que es blandita, muy cómoda. Un alivio para mi dolorido cuerpo después de la dureza de la camilla y la silla. Cuando se va, le pido a mi pareja que me de zumo, aprovechando que estamos solos. Sé que no me dejarían beber, pero necesito azúcar para seguir con ésto consciente. Bebo poco, pero me ayuda mucho con el mareo y recobro energías.

Aparecen tres enfermeras y mi querido ginesaurio, que sigue serio y sin apenas hablar. Tiene que estar cabreado porqué le voy a ocupar la hora de comer. Me dice que cuando tenga ganas de empujar, avise e iremos a la sala de partos. No me lo puedo creer, ¿otro traslado? Ahora que estaba medio cómoda… Ya tenía ganas de empujar abajo, pero ahora con el mareo y al haber cambiado de sitio no lo tengo claro. Me pregunta si quiero epidural, le digo que prefiero intentarlo sin. Ya que le dicho que no quiero anestesia, aprovecho para preguntar si puedo comer o beber algo para no marearme más, que no he desayunado y lo necesito. No me dejan, de ninguna manera, y se van.

Estoy cómoda en una habitación sola con mi pareja, por fin algo de intimidad. De repente, no puedo aguantar las ganas de empujar, mi cuerpo lo hace sin que pueda controlarlo. Llamamos al personal. Llegan primero las enfermeras. Son muy dulces, me cogen de la mano, me dan ánimos, me tratan como a un ser humano, con el respeto y la delicadeza que necesita una madre que tiene que parir a su hijo ya fallecido. No puedo estar más tiempo estirada, mi cuerpo me pide verticalidad, pero no puedo moverme sola. Se lo digo a las enfermeras, pero no me entienden porqué me expreso entre gemidos. Consigo, al menos, que me levanten el cabecero de la cama. Ya no puedo evitar gritar, mezcla de dolor y miedo por lo que está a punto de ocurrir… Veo en sus caras empatia, no me juzgan y me acompañan con respeto, éso normaliza bastante la situación y me hace pensar que no tengo que temer a mi cuerpo.

El ginecólogo llega con una comadrona, me alegra verla ya que la conozco de cuando tuve mis primeros abortos, y entonces fue muy amable conmigo. Pero hoy está diferente, no me ha saludado, no me mira a la cara, me saca los calcetines bruscamente y prepara cosas mecánicamente, como si estuviese en el matadero. Se queda en segundo plano a las órdenes de «el jefe», ella, que es la persona indicada y formada para atender partos, hace el papel de ayudante… No me gusta el planteamiento, ya me imagino como van a ir las cosas con él al mando…

Mi ginecólogo está nervioso, todos lo están, ven que el parto es inminente y no tienen nada preparado, ni tiempo para ir a la sala de partos. Por el contrario, a mi me tranquiliza, ya que aquí estoy bastante cómoda y cambiar de lugar me haría estancarme otra vez. El ginecólogo, sin pedir permiso, se sienta a los pies de la cama, la pone a la altura que le conviene y me hace abrir las piernas. No me gusta que esté tan cerca, me incomoda mucho… Su pierna toca con la mía, siento el calor de su cuerpo, es desagradable. Pide el kit de nacimiento, y va dando instrucciones desde la cama, todos corren obedeciendo. Parece que su papel de espectador es fundamental, como si tuviese que estar vigilando que pasa ahí abajo para que pueda parir… No me importa en absoluto que me vea desnuda, lo que me molesta es sentirme observada, siento que frena el proceso. Y sobre todo, su actitud altiva, fría y controladora…  No me fío de él, le veo las intenciones, y le pido que no me toque, siento la piel estirándose y me duele muchísimo el más mínimo roce. Ni siquiera me contesta, y mete bruscamente su manaza en mí, todo lo dentro que puede e intenta rebuscar algo con los dedos… Le vuelvo a repetir que no me toque, ésta vez levantando la voz, no hay necesidad de que me haga éso. Saca la mano sin ni siquiera disculparse. Me muerdo la lengua.

Mi pareja se ha quedado en un rincón de la habitación, a mi izquierda, creo que está en shock y no sabe que hacer. Me gustaría que estuviese cerca, pero no le digo nada, ya que no sé si él estaría cómodo. Entiendo que se sienta abrumado y se quede al margen. A cada lado de mi cama tengo una enfermera, que me cogen de la mano, y hacen el papel más necesario, lo único que necesita una mujer pariendo: apoyo emocional. Les pido por favor ponerme de pie, o arrodillada, mi cuerpo me lo pide. Ellas me entienden, y piden permiso al «jefe», ya que él, aunque me escuche, no se dirige a mi (debe ser una norma no hablar con madres desbocadas por el dolor). Decide que no me deja porqué estaba mareada, y le maldigo por dentro… Si me hubiesen dejado comer o beber no lo estaría. Además, yo me siento con fuerzas para hacerlo en pie, ahora me siento con fuerza y determinación. Sé que puedo hacerlo, pero parece que la opinión de la que tiene que parir no cuenta. Me siento muy poco respetada, no me escucha, quiero acabar y no volver a ver a éste hombre más.

Encuentro una manera de ayudar a mi cuerpo, ya que no me deja moverme, me cojo con una mano de un enganche que cuelga sobre mi cama, y cuando viene la contracción, me levanto con todas mis fuerzas para incorporarme todo lo que puedo mientras empujo. Grito, más que por el dolor, por la tensión, la rabia y el hecho de tener que dar a luz a mi hijo sin vida… El señor dice que no lo haga, que pierdo la energía, que respire y empuje. Le diría de todo, a éste listo que nunca ha parido, si al menos estuviese vertical, no perdería la energía tirando de mi cuerpo cada vez… Ni siquiera se ha molestado en explicarme cómo empujar, pero sí abre la boca es para decirme que lo hago mal.

Las enfermeras intentan arreglarlo en la siguiente contracción, y me animan, me dicen que lo hago bien. A la siguiente me dicen: va como lo has hecho antes, que vas muy bien, y mientras lo hago siguen diciéndome que siga así. Me ayudan mucho sus palabras, sobre todo porqué tienen la única finalidad de que confíe, que me crea en mí misma y no me estanque, ya que debo hacerlo yo sola. Gracias a eso, siento que cada vez empujo mejor. Me doy cuenta que estoy apretando tanto, que también le he apretado demasiado la mano a la enfermera de mi izquierda, y le pido disculpas por ello. Me responde que está aquí para éso, que haga lo que necesite, y sus palabras me empoderan mucho. Me siento afortunada de que estén ellas allí, compensando. Ellas, haciendo bien su trabajo, están dejando en evidencia la ignorancia del ginecólogo, que no confía en mi cuerpo, que interviene porqué no sabe esperar. Me doy cuenta de que una de ellas, se ha quedado más al margen, en un rincón de la habitación. De vez en cuando se acerca para cambiar los empapadores, y me doy cuenta de que está llorando. Veo que intenta contenerse y no puede, me da pena por ella… Se que entiende de primera mano lo que estoy viviendo, siento su complicidad y comprensión. Ojalá no me entendiese tan bien, somos demasiadas las que hemos tenido que pasar por esto…

 

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Abrazos mamíferos ❤