Parto de Aritz, parte IV: te conozco.

Empiezo a estar muy concentrada, lo estoy haciendo bien… pero una mano de ése hombre se posa en mi pubis y la otra en mi periné, estirando, y grito de dolor al sentirlo. Le vuelvo a pedir que no me toque, pero insiste, por más que se lo diga. Pongo yo mi mano, instintivamente, para protegerme de la suya, porque me duele y para sentir si estaba coronando. Me dice que no me toque, me siento anulada, ¿por qué yo no puedo y él si? Es absurdo, es una simple una demostración de poder, y yo tengo que obedecer. Sólo consigue que me desconcentre y pierda confianza en mí misma.

Tanto él como la comadrona parece que empiezan a tener mucha prisa, en plena contracción le pasa un paquete del que saca algo metálico. Mi cabeza me avisa del peligro, no quiero una episiotomia, y veo que va decidido a hacer algo sin explicarme nada. Acerca esa cosa a mi vagina, y mientras le pregunto qué va a hacer, ya me lo ha metido. Son unos fórceps, los mueve y me hace muchísimo daño. Grito que me lo saque, es lo peor que me han hecho nunca, me siento violada. Siento como retuerce y tira de algo, y escucho un «plop»… Me ha roto la bolsa, simplemente porque tiene prisa, y no llevo ni 5 minutos empujando. Me siento como una espectadora sin voz ni voto, este hombre hace lo que quiere sin dignarse a mirarme, ni contestarme si le hablo. Sale el líquido caliente, me vacío de golpe, y siento el peso de mi hijo, noto perfectamente como va bajando por el canal del parto. Empujo un par de veces con todas mis fuerzas, quiero que se acabe para que no me haga más daño innecesario. Siento que estoy en una situación vulnerable, en peligro con éste hombre. Sé que mi hijo está a punto de salir, noto su cabeza dura, abriéndose paso, mi vagina estirándose… Y después de la cabeza, sale de repente como resbalando fuera de mí, escapándose, su blandito cuerpo.

Apenas le puedo ver entre mis piernas, está quieto, callado, y lloro… No me atrevo a tocarlo, es lo más irreal que he vivido nunca. Lo envuelven en una tela azul, cortan el cordón… y por fin, me preguntan si le quiero ver. Me cuesta reaccionar, no sé que hacer, me da miedo la situación… pero estoy segura de que quiero verle y digo que si. Me lo ponen delante, y le miro entre lágrimas… me fijo en cada detalle de su cara, le reconozco… Es como siempre me lo había imaginado, una boca pequeña y ojos como los de su padre, una naricita pequeña de bebé… Le acaricio y es lo más suave que he tocado nunca… Tiene una carita preciosa, todo en él excepto el pelo, está en su lugar, es tan perfecto… Cojo su manita, que es más pequeña que mi pulgar, y sus deditos son tan frágiles y blandos como fideos… Es lo más bonito y diminuto que he visto en mi vida, parece dormido, tan tranquilo… Pero sé que no lo está y me parte el corazón, sé que este momento pasará y me duele tanto separarme de él… es parte de mi, de los dos, se llevará consigo un trocito de ambos.

Todos están mirándonos , es una sensación horrible, me siento como la protagonista de una película morbosa y mala… Me gustaría tanto cogerle, olerle, hablarle, despedirnos con tranquilidad. Llorarlo en intimidad con su padre, dignamente. Pero no parece que quieran dejarnos ése momento, y a mí no me salen las palabras para pedirlo… No puedo soportar más verlo así, todos invadiendo nuestro momento, y dejo ir su manita. Le envuelven y lo dejan en una mesita, como a una cosa sin valor, me hace tanto daño que le traten con tanta indiferencia…

Me hacen volver a la realidad, dicen que debo expulsar la placenta. Pero yo ya no siento contracciones, todo ha parado de golpe al salir mi hijo. No me duele ya nada, no siento ganas de empujar, no creo que sea el momento todavía… Sé que puedo tardar en expulsarla y no es peligroso, pero no me quieren dejar esperar a que mi cuerpo se ponga en marcha. Me hacen empujar, pero sin contracciones no hago suficiente fuerza, no siento que se mueva nada. Estoy superada, agotada, rota, y les digo que no puedo… No me concentro viendo a mi hijo envuelto ahí al lado, sé que sólo es su cuerpo, pero merece ser tratado dignamente… Se me va la mente pensando dónde se lo llevarán, sólo quiero tenerle en mis brazos.

Mi ginecólogo, que tiene prisa, y viendo que no estoy colaborando, me dice que como no salga pronto iremos a quirófano. Me quiere meter el miedo en el cuerpo para que espavile, es lo que me faltaba… Empieza a tirar del cordón, y sé lo peligroso que es éso, le digo que pare. Si estuviera al cien por cien, le diría tantas cosas… pero como no puedo, y veo por dónde va, empiezo a empujar con todas mis fuerzas. Y sale de golpe, caliente y blandita, cayendo al recipiente metálico. Al final he podido, sin que me intervengan gratuitamente…

La comadrona se me acerca, mi ginecólogo le pide que me haga un masaje uterino. No suena mal, pero de golpe, me clava su puño en la barriga, apretando muy fuerte. Me hace muchísimo daño, no sé si es normal, y se lo digo. Para un momento y me dice que es para que se contraiga bien, y vuelve a hacerlo. Todos se van, me dejan con ella, que me pone oxitocina en la vía, y empieza a recoger y limpiarlo todo. Me siento culpable de todo, no me dedica ni una palabra amable, es todo tan frío… Al terminar, y sin decirme nada, se lleva a mi hijo, como a una cosa más. Y no puedo hablar, no le digo nada, sólo puedo llorar. Se lo ha llevado, ya no le veremos nunca más…

Al menos estoy con él, nos abrazamos y lloramos… Nos hemos convertido en unos padres sin hijo… Faltaba tan poco, habíamos superado tantas cosas, tanto tiempo… le teníamos tan cerca… Nos consolamos mutuamente como podemos, hablamos de lo guapo que era… Le echamos de menos, es imborrable, siempre le querremos.

Yo me encuentro físicamente bien, me parece increíble, sin dolores, sólo agotamiento. Y aunque estoy emocionalmente molida, siento una extraña sensación de calma intensa. Deben de ser las hormonas y las medicinas que me han puesto, porque me extraña sentirme así después de lo que acabamos de vivir. De vez en cuando entra una enfermera a ver como llevo el suero, oxitocina, nolotil, diazepam… No sé cuantas cosas me han puesto, ni me explican, ni quiero preguntar. Una enfermera viene a lavarme los restos de sangre, cambiar los empapadores, y me pregunta si necesito alguna cosa, es muy amable.Tengo mucho hambre, le pregunto si me traerán comida, deben ser las dos o las tres… Me dice que si, pero espero más de una hora y sigue sin llegar. Cada vez que vienen a revisarme se lo recuerdo, ya que empiezo a estar muy mareada. Le digo a mi pareja que baje a comer algo, él debe de necesitarlo también, pero no me quiere dejar. Le insisto, me dice que irá a fumar un cigarrillo, y aprovechará para llamar a su madre.

Yo también llamo a la mía, odio tener que darle tan mala notícia… Siento como le parte el corazón, es su primer nieto… Rompe a llorar y me dice que quiere venir. Le digo que no quiero ver a nadie de momento, ni hablar con nadie más, necesito estar sola para asumirlo. Ella no lo entiende, yo sabía que no le gustaría, pero no puedo. Me duele tanto hacerla sufrir… Le pido que llame ella a mi padre y al resto de la familia, yo no soy capaz,  la iré informado a ella para que les diga como estoy. Ella está preocupada por mi salud, y le digo que estoy bien. Me doy cuenta que hasta entonces no me había planteado realmente el riesgo que he corrido, ni me preocupaba. Entiendo que, como madre, es en lo primero que ha pensado. Le digo que más tarde le diré como sigo, y me despido de ella, que sigue llorando. Mi pareja vuelve con la energía por los suelos de haber tenido que explicarlo… nos volvemos a consolar el uno al otro. Me siento afortunada de tenerle a mi lado en un momento así.

Pasada otra hora, por fin llega la comida, comida de hospital, pero la necesito. Una sopa insípida, pan sin sal, y de segundo, un trozo de pollo seco con patatas chips. Él me ayuda a cortar el pollo porque entre la vía y el cuchillo que no corta suficiente, me apaño muy mal. Me lo como todo, me sienta genial, siento como recobro energías en seguida y me sube la tensión. Ya me siento con fuerzas de levantarme e ir al baño, por fin intimidad y libertad de movimientos, aunque sea arrastrando el suero… Él me ayuda mientras me cambio, me siento protegida. Todavía sangro bastante, pero mucho menos que horas atrás.

Le digo que no hace falta que se quede a dormir, que quiero que descanse y vuelva a casa con los animales. Él se resiste, pero le convenzo, me irá bien estar sola y llorar mucho. Me trae agua y una tarjeta para ver la televisión, y me deja todo lo que puedo necesitar a mano. Nos despedimos con mucho amor, le echaré de menos, pero sólo es una noche.

Una vez sola me voy dando cuenta de lo cansada que estoy, tantas noches sin dormir, tanto dolor… Me duelen la cabeza, y el alma. Me siento vacía, qué cambio, como le añoro… Mi útero palpita, contrayéndose, lo siento todavía grande y tan vacío. Ya no hay nadie allí, no hay pataditas, estoy sola. Es tan extraño pasar de ser dos a una, tan de golpe… Desde la habitación oigo bebés llorando y se me contrae el útero de dolor, es un sonido insoportable. Estoy inmersa en mí misma, ni me muevo, pero la cabeza me va a mil. Quiero descansar, pongo la televisión a ver si me distrae. La veo, pero no le puedo prestar atención.

 

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Abrazos mamíferos ❤

Parto de Aritz, parte III: Tengo que parir.

Se me hace una eternidad lo que tardan en preparar la habitación, siento que pariré allí en cualquier momento. Cuando llegué a urgencias ya estaba de 6 centímetros, sin vuelta atrás. Ahora debo estar muy avanzada porqué casi no tengo descanso entre contracciones y son cada vez más potentes. Voy superándolas como puedo, y excepto mi pareja, nadie me acompaña ni me dicen nada para sobrellevarlo. Me retuerzo en ésa estrecha camilla, no tengo dónde cogerme, no puedo incorporarme, estar así es una tortura… Aguanto las ganas de empujar, no quiero parir, y menos aquí.

Por fin llega el celador, a media contracción, me espera, y aunque necesitaría tomar aliento,sé que son tan seguidas que intento bajar tan rápido como puedo a la silla. Cogemos mis cosas y vamos al ascensor, y aguanto el dolor en silencio. Empiezo a estar muy mareada, tengo calor y sed, el estómago vacío y revuelto… Me parece que estoy a punto de desmayarme, y no puedo ni articular palabra. Salimos del ascensor y siento que vamos rapidísimo girando por los pasillos, bajo la mirada para no marearme más. El celador va saludando a sus compañeros, siento que todos me miran aunque no les veo. Llegamos a un pasillo y pregunta a las enfermeras: ¿es vuestra, verdad? Responden que si, y vamos hasta la última habitación del pasillo. Hay una ventana enorme por la que entra el sol, radiante, como me gustaría no estar aquí.

Vuelvo a la realidad, tengo que parir. Al menos tengo una habitación individual, lo cual es un lujo ya que necesito intimidad. Me tengo que levantar, y aviso que estoy muy mareada. Me ayudan, es una cama alta, y en cuanto me apoyo en ella, siento que es blandita, muy cómoda. Un alivio para mi dolorido cuerpo después de la dureza de la camilla y la silla. Cuando se va, le pido a mi pareja que me de zumo, aprovechando que estamos solos. Sé que no me dejarían beber, pero necesito azúcar para seguir con ésto consciente. Bebo poco, pero me ayuda mucho con el mareo y recobro energías.

Aparecen tres enfermeras y mi querido ginesaurio, que sigue serio y sin apenas hablar. Tiene que estar cabreado porqué le voy a ocupar la hora de comer. Me dice que cuando tenga ganas de empujar, avise e iremos a la sala de partos. No me lo puedo creer, ¿otro traslado? Ahora que estaba medio cómoda… Ya tenía ganas de empujar abajo, pero ahora con el mareo y al haber cambiado de sitio no lo tengo claro. Me pregunta si quiero epidural, le digo que prefiero intentarlo sin. Ya que le dicho que no quiero anestesia, aprovecho para preguntar si puedo comer o beber algo para no marearme más, que no he desayunado y lo necesito. No me dejan, de ninguna manera, y se van.

Estoy cómoda en una habitación sola con mi pareja, por fin algo de intimidad. De repente, no puedo aguantar las ganas de empujar, mi cuerpo lo hace sin que pueda controlarlo. Llamamos al personal. Llegan primero las enfermeras. Son muy dulces, me cogen de la mano, me dan ánimos, me tratan como a un ser humano, con el respeto y la delicadeza que necesita una madre que tiene que parir a su hijo ya fallecido. No puedo estar más tiempo estirada, mi cuerpo me pide verticalidad, pero no puedo moverme sola. Se lo digo a las enfermeras, pero no me entienden porqué me expreso entre gemidos. Consigo, al menos, que me levanten el cabecero de la cama. Ya no puedo evitar gritar, mezcla de dolor y miedo por lo que está a punto de ocurrir… Veo en sus caras empatia, no me juzgan y me acompañan con respeto, éso normaliza bastante la situación y me hace pensar que no tengo que temer a mi cuerpo.

El ginecólogo llega con una comadrona, me alegra verla ya que la conozco de cuando tuve mis primeros abortos, y entonces fue muy amable conmigo. Pero hoy está diferente, no me ha saludado, no me mira a la cara, me saca los calcetines bruscamente y prepara cosas mecánicamente, como si estuviese en el matadero. Se queda en segundo plano a las órdenes de «el jefe», ella, que es la persona indicada y formada para atender partos, hace el papel de ayudante… No me gusta el planteamiento, ya me imagino como van a ir las cosas con él al mando…

Mi ginecólogo está nervioso, todos lo están, ven que el parto es inminente y no tienen nada preparado, ni tiempo para ir a la sala de partos. Por el contrario, a mi me tranquiliza, ya que aquí estoy bastante cómoda y cambiar de lugar me haría estancarme otra vez. El ginecólogo, sin pedir permiso, se sienta a los pies de la cama, la pone a la altura que le conviene y me hace abrir las piernas. No me gusta que esté tan cerca, me incomoda mucho… Su pierna toca con la mía, siento el calor de su cuerpo, es desagradable. Pide el kit de nacimiento, y va dando instrucciones desde la cama, todos corren obedeciendo. Parece que su papel de espectador es fundamental, como si tuviese que estar vigilando que pasa ahí abajo para que pueda parir… No me importa en absoluto que me vea desnuda, lo que me molesta es sentirme observada, siento que frena el proceso. Y sobre todo, su actitud altiva, fría y controladora…  No me fío de él, le veo las intenciones, y le pido que no me toque, siento la piel estirándose y me duele muchísimo el más mínimo roce. Ni siquiera me contesta, y mete bruscamente su manaza en mí, todo lo dentro que puede e intenta rebuscar algo con los dedos… Le vuelvo a repetir que no me toque, ésta vez levantando la voz, no hay necesidad de que me haga éso. Saca la mano sin ni siquiera disculparse. Me muerdo la lengua.

Mi pareja se ha quedado en un rincón de la habitación, a mi izquierda, creo que está en shock y no sabe que hacer. Me gustaría que estuviese cerca, pero no le digo nada, ya que no sé si él estaría cómodo. Entiendo que se sienta abrumado y se quede al margen. A cada lado de mi cama tengo una enfermera, que me cogen de la mano, y hacen el papel más necesario, lo único que necesita una mujer pariendo: apoyo emocional. Les pido por favor ponerme de pie, o arrodillada, mi cuerpo me lo pide. Ellas me entienden, y piden permiso al «jefe», ya que él, aunque me escuche, no se dirige a mi (debe ser una norma no hablar con madres desbocadas por el dolor). Decide que no me deja porqué estaba mareada, y le maldigo por dentro… Si me hubiesen dejado comer o beber no lo estaría. Además, yo me siento con fuerzas para hacerlo en pie, ahora me siento con fuerza y determinación. Sé que puedo hacerlo, pero parece que la opinión de la que tiene que parir no cuenta. Me siento muy poco respetada, no me escucha, quiero acabar y no volver a ver a éste hombre más.

Encuentro una manera de ayudar a mi cuerpo, ya que no me deja moverme, me cojo con una mano de un enganche que cuelga sobre mi cama, y cuando viene la contracción, me levanto con todas mis fuerzas para incorporarme todo lo que puedo mientras empujo. Grito, más que por el dolor, por la tensión, la rabia y el hecho de tener que dar a luz a mi hijo sin vida… El señor dice que no lo haga, que pierdo la energía, que respire y empuje. Le diría de todo, a éste listo que nunca ha parido, si al menos estuviese vertical, no perdería la energía tirando de mi cuerpo cada vez… Ni siquiera se ha molestado en explicarme cómo empujar, pero sí abre la boca es para decirme que lo hago mal.

Las enfermeras intentan arreglarlo en la siguiente contracción, y me animan, me dicen que lo hago bien. A la siguiente me dicen: va como lo has hecho antes, que vas muy bien, y mientras lo hago siguen diciéndome que siga así. Me ayudan mucho sus palabras, sobre todo porqué tienen la única finalidad de que confíe, que me crea en mí misma y no me estanque, ya que debo hacerlo yo sola. Gracias a eso, siento que cada vez empujo mejor. Me doy cuenta que estoy apretando tanto, que también le he apretado demasiado la mano a la enfermera de mi izquierda, y le pido disculpas por ello. Me responde que está aquí para éso, que haga lo que necesite, y sus palabras me empoderan mucho. Me siento afortunada de que estén ellas allí, compensando. Ellas, haciendo bien su trabajo, están dejando en evidencia la ignorancia del ginecólogo, que no confía en mi cuerpo, que interviene porqué no sabe esperar. Me doy cuenta de que una de ellas, se ha quedado más al margen, en un rincón de la habitación. De vez en cuando se acerca para cambiar los empapadores, y me doy cuenta de que está llorando. Veo que intenta contenerse y no puede, me da pena por ella… Se que entiende de primera mano lo que estoy viviendo, siento su complicidad y comprensión. Ojalá no me entendiese tan bien, somos demasiadas las que hemos tenido que pasar por esto…

 

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Abrazos mamíferos ❤