Aritz

Necesito escribir tu nombre, se me atraganta tenerlo tan callado… Como no tengo ocasión de pronunciarlo tanto como quisiera, escribo sobre ti.

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Bordados por una amiga de mi madre durante sus embarazos 

 

Te echo de menos. Echo de menos no haberte conocido fuera de mi.

Siento tu ausencia en cada detalle. Un vacío inmenso que es tu lugar, uno que nadie puede ocupar.

Tengo otro hijo. Un hijo que al que quiero tanto como a ti, porque una madre no hace distinciones.

No es justo que comparen. No puede competir la muerte con la vida.

No puede medir el amor hacia un hijo en meses. El tiempo no puede definir algo tan grande.

Su presencia no me aleja de ti. Estás más cerca que nunca, aunque algunos pretendan que eres pasado.

Tu hermanito me da la vida. Aquella que se me fue contigo.

Él vino a compensar el daño. Aunque el dolor permanece, amortiguado, y endulzado por su llegada.

Sonrío con su presencia. Seguiré llorando por tu ausencia.

Beso a Biel. Cuando lo hago, vuelvo a besarle para intentar darle todo el amor que me quedo para ti.

Veo crecer a mi bebé. Me pregunto como serías tu ahora.

Huelo su piel. Al hacerlo, me duele no poder recordar tu olor.

Tenemos cientos de imágenes y recuerdos suyos. Todos los que me faltan de ti, duele no poder volver a ver tu cara nunca más…

Miro sus manos, son grandes y fuertes. Siento todavía como eran las tuyas, tan diminutas y frágiles entre mis dedos.

Acaricio su piel, tan delicada. Y mientras lo hago, recuerdo la suavidad de la tuya.

Viste tu ropa, usa tus cosas, tiene tus ojos… Vive por ti, por ambos, lleva tu mirada para que te veamos en vida, y parezca que vives a través de él.

Duerme plácidamente mi hijo pequeño. Recordándome tu rostro de sueño eterno, en paz.

Todos se interesan por él, dicen que es hermoso. No fue así cuando tu naciste, no te nombraron, no preguntaban, no saben que eras tan perfecto como él.

Biel recibe el cariño y las palabras que a ti no te llegaron… Por eso repito una y mil veces cuánto te queremos, que precioso bebé eres.

Él es el centro de las miradas y la atención, mientras que nadie parece recordarte…  y cuando alguien lo hace, fugazmente, pronunciando tu nombre, sonrío, orgullosa de que hablen de mi otro hijo.

Tanto te amo, tanto le quiero… Los dos sois parte de mi, uno crece a mi lado, el otro permanece etéreo, presente.

Parí dos hijos, pero en este plano, vivo con uno.

Al tener un hijo vivo estás más presente que nunca. Soy madre de la vida y madre de la muerte.

Te quise antes de que existieras, y te quiero más allá de tu existencia física.

Contigo aprendí a vivir con la muerte presente, para poder ver la vida en su totalidad.

Las madres cuando engendramos vida y la sostenemos, somos dichosas creadoras y protectoras. Después de ti, entendí que también podemos albergar muerte, y mantenerla presente con el amor infinito de quien ama más allá de lo tangible.

Conocedora de que mis entrañas y mi cuerpo son una jaula, una limitación física que me mantienen al margen de tu existencia; acepto ser madre incompleta en esta vida porque desde tu eternidad me enseñaste que existes en mi, en todo.

Soy feliz a pesar de no vivirte, puedo vivir a tu hermano, y abrazar tu muerte.

Aunque no me entiendan, aunque te tengan menos en cuenta, para mi sois dos caras de la misma moneda.

No hay día que no piense en ti, necesito nombrarte, recordarte, hacerte partícipe de nuestra felicidad.

Sigues recibiendo mi amor en cada gesto que le dedico a Biel, siempre.

Mis dos hijos, cada uno en su camino, iluminando el mío.

Aritz, tu hermano pequeño está aquí por ti, gracias por habernos llevado hasta él.

Os quiero mis niños ❤

 

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Abrazos mamíferos ❤

Resultados de la necropsia de Aritz

Le precede la entrada Trámites después del parto de Aritz

Poco después de un mes del parto, recibí la llamada del hospital. Habían llegado los resultados, y justo esa semana tenía la cita de postparto con mi ginecólogo, así que no hizo falta que me diese hora. Impacientes, llegamos ese día a la consulta, y tuvimos que esperar un rato que se hizo larguísimo. Iba concienciada de que sería un día desagradable, que el ginecólogo seguramente seguiría en su línea de frialdad, y me predispuse a ser fuerte para afrontarlo.

Cuando entramos, buscó un sobre, era marrón y acolchado, y sacó unos papeles de dentro. Yo no hacía mas que pensar si estarían las huellas, y como no dijo nada, y para no hacerme ilusiones, pensé que no habrían podido. Mientras sacaba y desdoblaba los papeles, nos fue explicando que no habían encontrado nada concluyente. Gran decepción, esperaba que encontrasen una explicación… Dijo que el bebé había muerto a causa del desprendimiento de placenta, cosa que ya sabíamos, y que además le habían encontrado neumonía aguda.

Dijo que era muy extraño, que no entendía a qué podía deberse ya que dentro del útero no respiran (obvio…). Tanto el líquido, como el cordón y las membranas tenían una infección, pero no se sabía como había llegado hasta allí (según él, apareció sin más..). Pensé que debía pensar que éramos tontos, ya que un bebé en el útero no respira, pero si que traga líquido amniótico, el cual estaba infectado, así que por eso nuestro hijo tenía neumonía. Me dio la sensación de que no nos quería dar muchos datos, ni que le hiciésemos preguntas, ya que en seguida cambió de tema. Le pregunté si podía ser debido a mi infección de orina, y me lo negó. No le creí. Dijo que no valía la pena darle más vueltas, que estas cosas pasan, que no tiene por que volvernos a pasar ya que el bebé estaba perfectamente formado y sano hasta entonces, así que simplemente tuvimos mala suerte. Me sonó a discurso psicológico barato, no consideraba mis preguntas, no quería aclarar mis dudas, y respondía con evasivas del tipo: tenéis que olvidaros y buscar otro bebé. Con la «tranquilidad» que nos dio, y sus pocas explicaciones, no era como para ponerse a pensar en un nuevo embarazo, la verdad…

Al menos, tenía para nosotros una grata sorpresa: sacó de entre los papeles medio folio con unas huellitas diminutas… Las dos manitas y los dos pies, que se veían muy bien. Cuando las vi se me llenaron los ojos de lágrimas… Lo habíamos conseguido, eran sus huellas, la única prueba física que tenemos de su existencia. Eso nos hizo compensar las pocas explicaciones que nos dieron, y salimos de la consulta aliviados por tener un recuerdo, nuestro tesoro. Cuando le hecho mucho de menos, las saco, las toco y le digo cuánto le queremos…

Lo comparto con vosotr@s:

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Otra vez, salí de la consulta sin que me preguntase como estaba, y eso que era la visita postparto. No estuvimos allí más de cinco minutos. A mi tampoco se me pasó por la cabeza con tantas emociones. Pero igualmente, como ya os conté en la entrada sobre mi puerperio sin Aritz, ya me había preocupado yo de ir a ver a mi comadrona, a la médico de cabecera, y de pedir una ecografia. Así que si hoy estoy viva y sana, no es precisamente por la atención médica de mi ginecólogo.

Una vez en casa, y con la intranquilidad de no haber sacado nada en claro, me puse a leer detenidamente las hojas del informe. Me pasé una semana consultando en internet cada palabra, cada síntoma que tuve. Me bajé y revisé complicados y extensos textos médicos sobre corioamnionitis, sus causas, consecuencias y el tratamiento. Concluí que la razón más probable por la que mi hijo pudo ponerse enfermo fue mi infección de orina. No tuve ningún otro síntoma ni infección, y como leí, las bacterias pueden llegar hasta el útero, en raras ocasiones, pero puede pasar. Me hicieron montones de tactos las semanas previas al parto, lo que aumenta la probabilidad de que las bacterias puedan subir y llegar al bebé. Tampoco supe cuando fisuré la bolsa, debido al sangrado, que me impedía discernir si tuve pérdida de líquido amniótico,  y si estuve con la bolsa rota un par de días la infección pudo extenderse a sus anchas. Me indicaron tomar paracetamol cada 8horas para los «dolores», que resultaron ser contracciones, así que la última semana antes del parto lo tomé. El paracetamol es antitérmico y por eso nadie cayó en la cuenta de que podía estar con fiebre (infección), sin que tuviese la temperatura alta.  Pero en ningún reconocimiento, ni en mis visitas a urgencias, me hicieron cultivos, ni amniocentesis para saber si tenía infección en la bolsa. De pura suerte me salvé de que la infección pasase a mi sangre y estuviese en riesgo mi vida. Estas son mis conclusiones, ya que no me han dado más explicaciónes. Pero me cuadran a la perfección, y justifican por qué querían despacharme tan rápido y que no me cuestionase por qué no se dieron cuenta antes de que tenía tal infección como para llevarse a mi hijo, y ponerme a mi en peligro.

Lo único que tenemos son sus huellas, y el informe, que es dónde están todos sus datos médicos. Esto, junto con los papeles de mi embarazo y ecografías, lo guardo como oro en paño. Es lo más parecido a su documento de identidad pero con datos tan precisos y extraños como: cuánto pesó su estómago, cerebro, pulmones… Lamentablemente, en el lugar dónde debería aparecer su nombre, se lee: «feto de» y mi nombre…

Os comparto lo datos más significativos, al menos para mi:

Aritz midió 30,2 cm y pesó 640 gramos. Sus pies medían 4,1cm, y su cordón 19cm.

Su peso y medidas eran concordantes a su edad gestacional. Sin malformación alguna ni ningún órgano dañado.

Su diagnósitco:

*Placenta con corioamnionitis aguda moderada, con áreas de infarto focal y hematoma marginal.

*Funisitis aguda.

*Neumonía aguda intrauterina masiva bilateral.

*Sistema nervioso central y glándulas suprarrenales con signos de autolisis que limitan el valor diagnóstico histológico.

Tengo pendiente ir al hospital dónde le realizaron la necropsia, para pedir una segunda opinión, y para ver si guardan en el registro alguna fotografía. Es un trámite doloroso, pero que quiero hacer, ya que es lo único que nos queda por intentar. Se de muchas familias que han conseguido fotografías incluso años después, no en todos los hospitales las tienen, pero por intentarlo, que no quede… Este verano nos decidimos a ir, la verdad es que nos costó mucho y pasamos muchos nervios. Tenemos el hospital a dos horas de casa, y aprovechando que nos surgió una gestión que hacer por allí, fuimos sin llamar antes ni pedir cita, improvisando.

Al llegar allí, vi un edificio con un cartel que indicaba anatomía patológica, y tuve la sensación de que nuestro hijo estaba allí. Me entristeció, pero a la vez, era como visitarle, y me emocionó pensar que posiblemente estábamos muy cerca después de tanto tiempo separados… Como ya os conté, no quisimos enterrarle ni realizar ningún otro ritual, así que el único lugar «físico» donde podía estar, o dónde sabemos que estuvo por última vez, es en ese edificio. Eso me hizo replantearme si me hubiese gustado tener un lugar al que ir a visitarle. Todavía no lo tengo claro, ya que, no me gustaba la idea de relacionar un lugar con él, prefiero imaginarle, y le siento, cerca de mi espiritualmente. Pero, inevitablemente, ahora para mi ese hospital es como su «tumba»… Y no es un lugar bonito de visitar, ni de tenerlo como referencia… Así que no sé que es peor.

Entramos al hospital, y me tocó explicárselo a una administrativa, que me mandó a otra administrativa, la cual, nos dijo que la persona que hacía ese tipo de peticiones no estaba. Le pedí si me podía dar un teléfono y cuando encontrarla para no tener que hacer otro viaje en balde, y me lo facilitó. Pero ahí quedó la cosa, no he vuelto a tener fuerzas para llamar, así que, lo dejo para más adelante. Espero tener fuerzas para poder hacerlo y contároslo algún día…

 

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Abrazos mamíferos ❤

Trámites después del parto de Aritz

La primera mañana en casa después del parto, me despertó una llamada de teléfono, no lo cogí. No tenía ganas de hablar con nadie. Pero, arrepentida, y miré el número, un móvil, y llamé por si era del hopital. Me responde alguien que debía ser el ginecólogo de guardia, le explico quién soy y le pregunto si sabe por qué me han llamado. No sabe nada, pero llego a la conclusión de que había llamado mi ginecólogo. Llamo al hospital directamente, como siempre, tardan en coger la llamada. Cuando consigo hablar con alguien, me pasan la llamada a la consulta. Tardan en cogerla, y al final, me atiende la enfermera, que dice que ya se ha marchado. Le explico, y en seguida me dice que lo siente mucho. Me dice que sabe que me ha llamado por algo de la necropsia, pero nada más, así que me quedo con la duda. Me dice que me llamará al día siguiente.

Así fue, me llamó por la mañana, para decirme que teníamos que ir al hospital a firmar el consentimiento y rellenar unos papeles. Me dice que es bastante urgente porque hasta que no lo hagamos no se lo pueden llevar. Yo me pensaba que ya lo habíamos hecho, al menos lo hablamos… Podríamos haber hecho este trámite cuando estaba ingresada, y así no tendríamos que volver a ese lugar y ver a ese hombre… Además, justamente teníamos el coche en el taller, ya que las desgracias no nunca vienen solas. Así que, le dije que ese mismo día no podríamos ir, que al siguiente estaríamos allí. Aproveché y le pedí por favor que le sacasen las huellas a nuestro hijo. Me contestó que sería complicado, que estaba en formol y eso podía deformar los tejidos. Otra vez su falta de tacto, y poca predisposición a ayudarnos. La imagen de mi hijo en formol me parte el alma…  Aunque sé que hablo con una piedra, insisto, que lo intenten al menos, que es nuestro único deseo. Se sacó la responsabilidad de encima contestándome que lo diría a los de anatomía patológica del hospital al que lo mandarían. Le di las gracias, y nos despedimos hasta el día siguiente. Ni siquiera me preguntó cómo me encontraba…

Se lo conté todo a mi pareja, que se indignó tanto como yo al pensar que podrían haber hecho esa gestión mientras estábamos allí. Ese día lo pasé nerviosa al pensar que teníamos que volver allí, era lo último que queríamos hacer… Pasé muy mala noche, y me desperté muy nerviosa. Tomé un cafe, y cuando me vestí no me entraba ningún pantalón. De un día para otro mis caderas se habían ensanchado muchísimo… Me puse el más ancho que encontré, aunque no me cerraba y parecía que iba a romperse de un momento a otro. De camino allí, hablamos de que teníamos que hacer todo lo posible para conseguir sus huellas, era nuestro derecho, y deberían habérnoslo ofrecido ellos. Parece obsesivo, pero sentía que no podía, otra vez, perder la oportunidad de conservar algún recuerdo suyo.

Cuando llegamos al hospital preguntamos por él, nos hacen esperar mientras le avisan. Yo tiemblo, él está también nervioso. Cuando por fin llega, nos dirigimos hacia un despacho, nos sentamos, y saca un formulario. Nos dice que es un trámite burocrático que debe hacer, pero que le parecen absurdas algunas preguntas como si estoy casada o no, desde cuándo estamos en pareja… que es como de la época de Franco. Con desgana, empieza a rellenarlo, con datos míos, datos del parto, de mi pareja… Son un par de hojas a dos caras, y veo arriba del todo un espacio dónde indicar el nombre del bebé. El sin dudar, ni preguntar nada, escribe hijo de… y mi nombre, sólo el mío, y se queda tan ancho. A mi me duele ese detalle, tiene dos padres, y un nombre muy bonito, que pensamos para él especialmente, mucho antes de concebirlo. Ahora, además de no aparecer en el registro de nuestra familia por ser demasiado prematuro, en el único documento en el que constará su existencia, consta como hijo de… Cuando acaba de rellenarlo, firmamos los dos, y nos dice que aproximadamente en un mes recibiremos los resultados.

Le vuelvo a comentar lo de las huellas, y nos mira con incredulidad, contestando que no es el protocolo, que no nos puede asegurar nada. Mira a mi pareja, como si él fuese el más «racional» de los dos, ya que es el que está más callado. Y continúa argumentando que es muy tarde, que deberíamos haberlo pedido antes, que el formol puede impedir que salgan bien… Mi pareja responde, enfadado, que lo intente, que no le cuesta nada pedirlo, y que las queremos salgan como salgan. Al ver su determinación, parece que entra en razones y se lo toma más en serio. Nos dice que esperemos fuera, que va a llamar al hospital a ver qué le dicen. Le vemos desde fuera,  se pasa un buen rato al teléfono, se nos hace muy largo. Mientras tanto, aparece por el pasillo un vecino del pueblo al que tenemos mucho aprecio, que se acerca a nosotros sonriendo. Tal como se acerca, me doy cuenta de que se fija en mi barriga, en segundos,me parece que hace cálculos y llega a la conclusión de que debería estar más gordita… Nuestras caras debían acabar de darle los datos necesarios, y parece que lo entiende todo sin que abramos la boca. Nos saludamos con un par de besos, y nos despedimos con un par de palabras. Siento que ha sido muy respetuoso al no hacernos ninguna pregunta, se lo agradezco de corazón.

Sale mi ginecólogo, diciendo que han sido muy amables y han accedido a intentarlo. Respiramos aliviados, mientras nos aclara que nos están haciendo un favor, que eso está fuera de todo protocolo… Le damos las gracias por pedirlo, y nos despedimos fríamente. En ningún momento me preguntó como me encontraba, si tenía fiebre, algún dolor, qué tal el sangrado… Parecía un administrativo más que un médico.

Nos fuimos bastante aliviados, con la enorme esperanza de recuperar un valioso recuerdo que dábamos por perdido. Pero debíamos esperar un mes largo para saber si lo conseguiríamos, y qué le había pasado a nuestro hijo. Se hizo muy largo, y tuve mucho tiempo para indagar en internet sobre lo que pudo haber pasado. También encontré páginas de apoyo, foros, casos similares, y valiosa información. Lo único que en ese momento me podía tranquilizar era darle una explicación a aquella desgracia.

Leyendo mucho sobre el tema, vi que en otros países, cuando un bebé fallecía, aunque los padres no quisieran, el hospital se encargaba de guardar recuerdos del bebé. Toman fotografías, mechones de pelo, huellas, y hacen una cajita o álbum bonito con todos esos tesoros. Si los padres en el momento no lo quieren, se guarda como parte del archivo, y si algún día lo desean, pase el tiempo que pase, pueden ir a buscarlo. Además, cuando los padres lo necesitan, les dejan quedarse en una habitación con su bebé, el tiempo que necesiten. Son habitaciones bonitas, confortables, con una cama de matrimonio y baño. Y pueden estar allí el tiempo que necesiten para despedirse de su hij@, incluso pueden bañarlo, vestirle, hacerse fotografías, y les dejan un cuaderno dónde pueden escribir, poner sus huellas, o lo que deseen. Me parece hermoso, y humano. Un espacio dónde empezar a asumir y salir del hospital con un duelo bien empezado. Es muy triste que aquí no sea normal tener ese trato deferente y respetuoso hacia las familias. Se hace muy duro salir de golpe al mundo, con los brazos vacíos, y aterrizar en una casa, que normalmente, está cargada recuerdos. Algunos hospitales y personal sanitario empiezan a concienciarse, pero el protocolo «normal», no lo tiene en cuenta. Y, realmente, cuando no te queda nada de tu hij@, tener cualquier cosa suya es un recurso vital para poder elaborar el duelo. De hecho, los psicólogos así lo aconsejan, e incluso animan al personal sanitario a que ofrezcan y les expliquen a los padres que les irá bien conocer a su hij@. Creo que es importante guardar un recuerdo bonito del día que nació, ya que lo que pesa es la parte nefasta, y es sanador tener algo positivo a lo que agarrarse. Al menos, para mí, es importante tener la imagen grabada de nuestro hijo, fue lo único bueno de ese día.

***Se me hacía muy larga la entrada, como de costumbre, así que, en esta entrada os cuento los resultados de la necropsia de Aritz.

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Abrazos mamíferos ❤

 

Lo que nunca se debe de decir, pero se dice.

Una de las cosas que nos suele suceder en un período de duelo, es que recibimos consejos, comentarios, y frases hechas con ánimo de ayudarnos. El principal problema, y en el que coincidimos la mayoría, es que nos suelen doler más ciertas palabras que el silencio. Para mí, una regla básica en cuánto a qué decir y que no a alguien que está pasando por un mal momento es: no digas algo que en otra situación no dirías.

Se suele decir cuando pierdes a un bebé, o eres infértil: «Sois muy jóvenes, tenéis tiempo.» ¿Diríamos éso a alguien que acaba de perder a su pareja? Realmente, ¿es un consuelo ser «muy joven»? ¿Es acertado, en el caso de haber perdido una pareja, decirle al viud@, que todavía es joven para buscar otro compañer@?… Nos sonaría fuera de lugar, una falta de respeto. La respuesta es no, no y no. Cuando una pareja se decide a tener un bebé, no consideran que son muy jóvenes, sino que es el momento idóneo. Así que, añadido al duelo de no poder concebir o de que tengan que enfrentar a la muerte de su bebé, se añade el duelo de tener que esperar más tiempo, de posponerlo; ver lo que consideraban presente inmediato como un futuro incierto. Además es un argumento absurdo, ya que la juventud biológica o la fertilidad no se mide en años. Por ejemplo, puedes tener 25 años y tener una reserva ovárica como la de una mujer de 40 o 50 años. El tiempo suele pesarnos mucho emocionalmente, los bebés no se conciben ni se gestan de un día para otro, así que hablar de juventud es hurgar en la herida.

A los padres que han perdido un bebé, lo que más nos dicen es: «no te preocupes ya tendrás otro». Eso tampoco se lo diríamos a una viuda: «bueno, ya tendrás otro marido». Como si el hecho de «tener otro» pudiese borrar lo que sentimos.  Es de lo más doloroso que te pueden decir, y es la frase más repetida. Lo que pasa es que los que la dicen, con la mejor de las intenciones, no están en nuestro lugar, no saben cuántas veces lo escuchamos. Ya lo sabemos, y sino ya está todo el mundo para recordárnoslo: el ginecólogo, la vecina, la panadera, tu mejor amigo, tus padres…  Si, seguramente, tendremos otro, eso mismo: otro. Y en ese momento solamente queremos recuperar al que se fue. Hablar de otro, sin que los papás lo mencionen, es pisotear el recuerdo de el que se fue.

Otra variante, es minimizar el hecho doloroso comparando. Por ejemplo: «A mi vecina/amiga/etc… le pasó lo mismo que a ti, después de X tiempo consiguió tener un bebé y ahora es muy feliz». Volviendo a la premisa de antes, ¿le diríamos éso a alguien que acaba de perder a su pareja o cualquier otro ser querido? Yo no lo haría. Que a alguien le haya pasado algo similar a lo que tu vives, no tiene nada que ver con lo que tu en ese momento vives. Es decir, la misma premisa no da, a ciencia cierta, una consecuencia igual, ni siquiera similar. Cada uno siente de una manera, y todos tenemos un montón de variables que nos influencian. Así que querer comparar o vaticinar de esa manera, es una falacia, y de las grandes. Existe, por ejemplo, la posibilidad real de no poder concebir un hijo, cosa que a tu vecina parece ser que no le pasó. Hay tantas posibilidades, y muchas son tan ajenas a nuestra voluntad, que es altamente improbable que el ejemplo de tu vecina se repita en tu amiga.

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Se tiende a minimizar tu dolor dándo ejemplos de casos peores, como: «Mi vecina perdió a su bebé con X (más que tú) semanas de gestación, eso si que es duro…» Normalmente, quién se atreve con comparativas de este tipo, además de no respetar tu dolor en absoluto, suele no haber pasado por eso en primera persona. Nadie mide el amor a su hijo por semanas, ni mucho menos es mensurable lo que se va a sufrir en relación con eso. Tengo amigas, conocidas, y he visto multitud de casos de mujeres que, habiendo tenido un aborto en el primer trimestre, años después siguen sufriendo por ello. De hecho ninguna olvida nunca, pase el tiempo que pase, que gestó a un/a hij@ que no está. Algunas no se atreven a volverlo a intentar, y están en todo su derecho de sentirse así. Otras, habiendo tenido varias pérdidas en el trimestre que sean, o enfrentándose la muerte neonatal, han seguido adelante buscado un nuevo embarazo. Y no quiere decir que sufran menos, o que sean más fuertes. Cada una lo gestiona como puede, y nadie debe juzgar sus actos, opinar, o comparar su dolor con el de otr@s. Todas tienen mi respeto, todas están luchando por sobrevivir a algo terrible, todas son valientes. A cada una le duele lo suyo y a su manera, así que, respetemos los ritmos y las decisiones de cada persona.

Algunas personas hacen comentarios del tipo: «Al menos no…» o » Hubiese sido peor si…» Realmente ¿diríamos a alguien que ha perdido a un ser querido que al menos no ha vivido lo suficiente para encariñarnos con él? O que «hubiese sido peor más adelante»… Sonaría insensible, ¿verdad? Entonces no debes decirle nunca a nadie algo así, aunque no comprendas su dolor.

Algo que me han dicho también, intentando hacerme sentir que soy muy fuerte, es: «si me pasa a mi me muero». Y puedo asegurar, que cuando se te va un hij@, te quieres morir, y lo peor es que no, sigues en esa triste realidad. Y sigues adelante por los demás: tu pareja, familia y amigos. Pero piensas una y mil veces que preferirías que hubiese vivido tu hij@ y morir tu, que sin él o ella, nada tiene sentido. Cuando se ven desde fuera, las desgracias siempre nos hacen pensar que nosotros en ésa situación no lo soportaríamos. Y cuando te tocan a tí, te das cuenta de que no se tiene elección, la realidad te obliga a salir adelante, quieras o no, por ti misma o por los que te rodean. Al final podemos con más de lo que nos imaginamos, y lo mejor, es que además, podemos aprender mucho de los golpes de la vida.

Normalmente, estos comentarios se hacen para quitar hierro al asunto, para animar, para dar una perspectiva positiva. Pero, lo cierto, es que lo que necesita alguien que está triste, con motivos de peso, es que validen su dolor, que le permitan sentirlo. Con ese tipo de comentarios, negamos su emoción actual, y les hacemos sentir incomprendidos. Eso es muy contraproducente, ya que cada etapa del duelo debe ser vivida. Es imposible saltarlas sin consecuencias negativas, y el/la doliente es el/la únic@ que debe decidir tanto en la manera como el tiempo que se dedique a cada etapa. Por la misma razón, es absurdo decir que: «se debe pasar página, que tiene que superarlo, con el tiempo que hace deberías estar bien, ya es hora de olvidar, tienes que ser positiv@, con esa actitud no vas bien…» Cada un@ hace ya todo lo posible por seguir adelante, querer acelerarlo no es lo más acertado.

Algo que ayuda mucho, y es difícil de escuchar es: «Comprendo tu dolor, y te voy a acompañar mientras lo sientes». Que te hagan saber que puedes contar con esa persona, en tu peor momento, sin pretender estar mejor o sonreír si no puedes. Hay muchas personas dispuestas a llevarte a un lugar más agradable, más cómodo para ellas. Te invitan a salir, a distraerte, a hablar de otras cosas… Pero son muy pocas las que admiten y aceptan que estás destrozad@, y aún así se van a estar contigo sin querer cambiar ni negar tu realidad. Cuando acompañas a alguien en su dolor, es suficiente con ofrecer apoyo, presencia, escucha, un abrazo, un espacio para dejar al/la doliente que exprese su dolor. Cualquiera de éstas opciones es infinitamente de más ayuda que una frase hecha ya que validan las emociones que el/la doliente siente.

Sé que somos much@s los que recibimos comentarios que nos hieren, es una queja que leo a menudo en páginas sobre duelo. Y cuando la mayoría o tus principales apoyos te acribillan, puede ser muy difícil elaborar el duelo en paz. Muchas veces callamos la opinión por no ser descortés, porque aprecias el gesto y la voluntad con la que lo dicen, por no entrar en discusiones o simplemente por olvidar el tema, que duele. Cuantas más experiencias conozco, más me alarma lo que nos llegan a decir, empezando por algunos «profesionales» sanitarios. Así que, quizá escriba más entradas sobre este tema más adelante, ya que da para mucho… No es algo en lo que se eduque, así que se extienden la opinologia y el consejo gratuito.  Me gustaría que opinásemos nosotr@s también. Así que, si queréis comentad qué cosas os han dicho o hecho, que os duelan, y por qué. O bien, lo que sí os ha ayudado o qué os hubiese gustado escuchar, y hablamos sobre ello.

 

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Abrazos mamíferos ❤

Parto de Aritz, parte IV: te conozco.

Empiezo a estar muy concentrada, lo estoy haciendo bien… pero una mano de ése hombre se posa en mi pubis y la otra en mi periné, estirando, y grito de dolor al sentirlo. Le vuelvo a pedir que no me toque, pero insiste, por más que se lo diga. Pongo yo mi mano, instintivamente, para protegerme de la suya, porque me duele y para sentir si estaba coronando. Me dice que no me toque, me siento anulada, ¿por qué yo no puedo y él si? Es absurdo, es una simple una demostración de poder, y yo tengo que obedecer. Sólo consigue que me desconcentre y pierda confianza en mí misma.

Tanto él como la comadrona parece que empiezan a tener mucha prisa, en plena contracción le pasa un paquete del que saca algo metálico. Mi cabeza me avisa del peligro, no quiero una episiotomia, y veo que va decidido a hacer algo sin explicarme nada. Acerca esa cosa a mi vagina, y mientras le pregunto qué va a hacer, ya me lo ha metido. Son unos fórceps, los mueve y me hace muchísimo daño. Grito que me lo saque, es lo peor que me han hecho nunca, me siento violada. Siento como retuerce y tira de algo, y escucho un «plop»… Me ha roto la bolsa, simplemente porque tiene prisa, y no llevo ni 5 minutos empujando. Me siento como una espectadora sin voz ni voto, este hombre hace lo que quiere sin dignarse a mirarme, ni contestarme si le hablo. Sale el líquido caliente, me vacío de golpe, y siento el peso de mi hijo, noto perfectamente como va bajando por el canal del parto. Empujo un par de veces con todas mis fuerzas, quiero que se acabe para que no me haga más daño innecesario. Siento que estoy en una situación vulnerable, en peligro con éste hombre. Sé que mi hijo está a punto de salir, noto su cabeza dura, abriéndose paso, mi vagina estirándose… Y después de la cabeza, sale de repente como resbalando fuera de mí, escapándose, su blandito cuerpo.

Apenas le puedo ver entre mis piernas, está quieto, callado, y lloro… No me atrevo a tocarlo, es lo más irreal que he vivido nunca. Lo envuelven en una tela azul, cortan el cordón… y por fin, me preguntan si le quiero ver. Me cuesta reaccionar, no sé que hacer, me da miedo la situación… pero estoy segura de que quiero verle y digo que si. Me lo ponen delante, y le miro entre lágrimas… me fijo en cada detalle de su cara, le reconozco… Es como siempre me lo había imaginado, una boca pequeña y ojos como los de su padre, una naricita pequeña de bebé… Le acaricio y es lo más suave que he tocado nunca… Tiene una carita preciosa, todo en él excepto el pelo, está en su lugar, es tan perfecto… Cojo su manita, que es más pequeña que mi pulgar, y sus deditos son tan frágiles y blandos como fideos… Es lo más bonito y diminuto que he visto en mi vida, parece dormido, tan tranquilo… Pero sé que no lo está y me parte el corazón, sé que este momento pasará y me duele tanto separarme de él… es parte de mi, de los dos, se llevará consigo un trocito de ambos.

Todos están mirándonos , es una sensación horrible, me siento como la protagonista de una película morbosa y mala… Me gustaría tanto cogerle, olerle, hablarle, despedirnos con tranquilidad. Llorarlo en intimidad con su padre, dignamente. Pero no parece que quieran dejarnos ése momento, y a mí no me salen las palabras para pedirlo… No puedo soportar más verlo así, todos invadiendo nuestro momento, y dejo ir su manita. Le envuelven y lo dejan en una mesita, como a una cosa sin valor, me hace tanto daño que le traten con tanta indiferencia…

Me hacen volver a la realidad, dicen que debo expulsar la placenta. Pero yo ya no siento contracciones, todo ha parado de golpe al salir mi hijo. No me duele ya nada, no siento ganas de empujar, no creo que sea el momento todavía… Sé que puedo tardar en expulsarla y no es peligroso, pero no me quieren dejar esperar a que mi cuerpo se ponga en marcha. Me hacen empujar, pero sin contracciones no hago suficiente fuerza, no siento que se mueva nada. Estoy superada, agotada, rota, y les digo que no puedo… No me concentro viendo a mi hijo envuelto ahí al lado, sé que sólo es su cuerpo, pero merece ser tratado dignamente… Se me va la mente pensando dónde se lo llevarán, sólo quiero tenerle en mis brazos.

Mi ginecólogo, que tiene prisa, y viendo que no estoy colaborando, me dice que como no salga pronto iremos a quirófano. Me quiere meter el miedo en el cuerpo para que espavile, es lo que me faltaba… Empieza a tirar del cordón, y sé lo peligroso que es éso, le digo que pare. Si estuviera al cien por cien, le diría tantas cosas… pero como no puedo, y veo por dónde va, empiezo a empujar con todas mis fuerzas. Y sale de golpe, caliente y blandita, cayendo al recipiente metálico. Al final he podido, sin que me intervengan gratuitamente…

La comadrona se me acerca, mi ginecólogo le pide que me haga un masaje uterino. No suena mal, pero de golpe, me clava su puño en la barriga, apretando muy fuerte. Me hace muchísimo daño, no sé si es normal, y se lo digo. Para un momento y me dice que es para que se contraiga bien, y vuelve a hacerlo. Todos se van, me dejan con ella, que me pone oxitocina en la vía, y empieza a recoger y limpiarlo todo. Me siento culpable de todo, no me dedica ni una palabra amable, es todo tan frío… Al terminar, y sin decirme nada, se lleva a mi hijo, como a una cosa más. Y no puedo hablar, no le digo nada, sólo puedo llorar. Se lo ha llevado, ya no le veremos nunca más…

Al menos estoy con él, nos abrazamos y lloramos… Nos hemos convertido en unos padres sin hijo… Faltaba tan poco, habíamos superado tantas cosas, tanto tiempo… le teníamos tan cerca… Nos consolamos mutuamente como podemos, hablamos de lo guapo que era… Le echamos de menos, es imborrable, siempre le querremos.

Yo me encuentro físicamente bien, me parece increíble, sin dolores, sólo agotamiento. Y aunque estoy emocionalmente molida, siento una extraña sensación de calma intensa. Deben de ser las hormonas y las medicinas que me han puesto, porque me extraña sentirme así después de lo que acabamos de vivir. De vez en cuando entra una enfermera a ver como llevo el suero, oxitocina, nolotil, diazepam… No sé cuantas cosas me han puesto, ni me explican, ni quiero preguntar. Una enfermera viene a lavarme los restos de sangre, cambiar los empapadores, y me pregunta si necesito alguna cosa, es muy amable.Tengo mucho hambre, le pregunto si me traerán comida, deben ser las dos o las tres… Me dice que si, pero espero más de una hora y sigue sin llegar. Cada vez que vienen a revisarme se lo recuerdo, ya que empiezo a estar muy mareada. Le digo a mi pareja que baje a comer algo, él debe de necesitarlo también, pero no me quiere dejar. Le insisto, me dice que irá a fumar un cigarrillo, y aprovechará para llamar a su madre.

Yo también llamo a la mía, odio tener que darle tan mala notícia… Siento como le parte el corazón, es su primer nieto… Rompe a llorar y me dice que quiere venir. Le digo que no quiero ver a nadie de momento, ni hablar con nadie más, necesito estar sola para asumirlo. Ella no lo entiende, yo sabía que no le gustaría, pero no puedo. Me duele tanto hacerla sufrir… Le pido que llame ella a mi padre y al resto de la familia, yo no soy capaz,  la iré informado a ella para que les diga como estoy. Ella está preocupada por mi salud, y le digo que estoy bien. Me doy cuenta que hasta entonces no me había planteado realmente el riesgo que he corrido, ni me preocupaba. Entiendo que, como madre, es en lo primero que ha pensado. Le digo que más tarde le diré como sigo, y me despido de ella, que sigue llorando. Mi pareja vuelve con la energía por los suelos de haber tenido que explicarlo… nos volvemos a consolar el uno al otro. Me siento afortunada de tenerle a mi lado en un momento así.

Pasada otra hora, por fin llega la comida, comida de hospital, pero la necesito. Una sopa insípida, pan sin sal, y de segundo, un trozo de pollo seco con patatas chips. Él me ayuda a cortar el pollo porque entre la vía y el cuchillo que no corta suficiente, me apaño muy mal. Me lo como todo, me sienta genial, siento como recobro energías en seguida y me sube la tensión. Ya me siento con fuerzas de levantarme e ir al baño, por fin intimidad y libertad de movimientos, aunque sea arrastrando el suero… Él me ayuda mientras me cambio, me siento protegida. Todavía sangro bastante, pero mucho menos que horas atrás.

Le digo que no hace falta que se quede a dormir, que quiero que descanse y vuelva a casa con los animales. Él se resiste, pero le convenzo, me irá bien estar sola y llorar mucho. Me trae agua y una tarjeta para ver la televisión, y me deja todo lo que puedo necesitar a mano. Nos despedimos con mucho amor, le echaré de menos, pero sólo es una noche.

Una vez sola me voy dando cuenta de lo cansada que estoy, tantas noches sin dormir, tanto dolor… Me duelen la cabeza, y el alma. Me siento vacía, qué cambio, como le añoro… Mi útero palpita, contrayéndose, lo siento todavía grande y tan vacío. Ya no hay nadie allí, no hay pataditas, estoy sola. Es tan extraño pasar de ser dos a una, tan de golpe… Desde la habitación oigo bebés llorando y se me contrae el útero de dolor, es un sonido insoportable. Estoy inmersa en mí misma, ni me muevo, pero la cabeza me va a mil. Quiero descansar, pongo la televisión a ver si me distrae. La veo, pero no le puedo prestar atención.

 

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Abrazos mamíferos ❤

Parto de Aritz, parte II: Quiero despertar de esta pesadilla…

Estamos llegando, veo las majestuosas montañas… Hace sol, debería ser un bonito día de invierno. Me dice que me dejará en la puerta e irá a aparcar, y no me quiero quedar sola, pero no puedo caminar. Bajo y camino lenta y torpemente hacia la puerta. Mientras le espero, veo como va entrando gente. Es domingo y urgencias está bastante lleno. Él llega en seguida, a paso ligero. Entramos, y le pido que hable él, no quiero explicar qué me pasa, otra vez, a la misma mujer de admisiones. Mientras hace cola, me siento en una silla de plástico, en la puntita, qué plástico tan duro… Veo como unos padres están dando sus datos, tienen un bebé y un niño pequeño enfermos, que pena tan pequeñitos y sufriendo… Después va un matrimonio mayor que he visto en la entrada, el hombre se sienta a mi lado, y su mujer me mira de reojo desde la cola… Debo  tener muy mala cara, miro al suelo para que no vean mi cara de dolor. Por fin le toca, no sé que le dice, pero él me señala, y la mujer llama por teléfono. En seguida un celador me viene a buscar con una silla de ruedas, y me deja delante de la puerta de urgencias, en la sala de espera. Hay mucha gente, y siento que todos me miran, por suerte estoy de espaldas a ellos. Espero no encontrarme con nadie ahora… Hay unos carteles que indican el tiempo estimado de espera, los dos lo miramos, las embarazadas con amenaza de parto están de las primeras. De golpe, la barriga se me pone de lado, se la enseño, contenta, porqué ya hacía mucho que no le sentía moverse así. Le acaricio, gracias hijo, me has hecho sonreír.

Abren la puerta, no han tardado nada, y otra vez toca explicar que pasa, odio ésta parte. Estoy de 26+6, sangro muchísimo y tengo mucho dolor. Pasamos a una sala, dónde me tengo que desnudar y el protocolo de siempre: pulso, temperatura, y volver a explicarlo. Ya me conocen de las anteriores veces, y ven que ésta vez es más grave. Me ayudan a subir a la camilla, que es dura como una piedra, completamente plana, y allí el dolor se hace insoportable. En seguida viene la médico, la misma que la última vez que fui me dijo que ni siquiera sangraba… No quiero tacto, pero me lo como con patatas ya que según ella, me miente, es la única manera de saber si estoy dilatando. Me duele mucho más que las otras veces, saca la mano y no dice nada. Evita mi mirada, eso son malas noticias. Inocente, pregunto si el cuello está cerrado, a ver si tengo suerte… pero me dice que no e intenta poner cara amable, después desaparece. Le pregunto nerviosa a la enfermera que qué harían, y me dice que no sabe, pero que en seguida llegará el ginecólogo. Me dice que me pondrá una vía con suero y algo para calmarme, no se si se refiere a los nervios o al dolor, pero me da igual…

Nos dejan solos unos minutos eternos, preocupados e indignados al no saber cómo está nuestro hijo, podrían haber escuchado su corazón… Llega el ginecólogo, justamente es el que lleva mi embarazo. Hace sólo dos días que me revisó con el especulo porqué le insistí con que tenía dolor y sangraba… Entonces me dijo que sólo eran restos, que me dolía la barriga porqué crecía y que debía de estar deshidratada. Me mira sorprendido, y se extraña ya que según él, hace dos días estaba «perfectamente». Se lo dije entonces que no estaba bien, que desde el tacto que me hizo mi comadrona el miércoles el dolor y el sangrado habían ido a más. Pero no me hizo caso, sólo soy una madre primeriza asustada… y ahora no tengo fuerzas para decirle todo lo que pienso.

No me explica nada, está serio, y le tengo que preguntar qué pasa. Me contesta sin un ápice de humanidad que estoy abortando. Me mata, le digo que no puede ser. Tengo que seguir preguntando porqué no me dice nada, ¿podéis darme algo para pararlo? Me dice que no. Me da miedo seguir preguntando, cada vez es peor… Me dice que el «feto», que ya no es un niño como hasta ahora, no es viable. Dice que nos tendrían que trasladar a un hospital con UCI para neonatos, pero que no me lo recomienda. Me cuenta que la semana pasada le pasó lo mismo a una chica con la misma edad gestacional y que aunque la trasladaron, el bebé murió poco después de nacer. Continúa diciendo que no recomienda intentar salvar a un bebé tan prematuro, que tendría demasiados problemas de salud. Para poner la guinda, dice con total frialdad, que él no tiene ninguna obligación legal de reanimarlo siendo tan pequeño. No me puedo creer que esté hablando de un bebé con tan poco respeto, como si fuese un juguete defectuoso. Darlo por perdido antes de saber como está… ¿Cómo un médico puede no luchar por la vida?, ¿cómo se atreve a decirnos que no luchemos por nuestro hijo? ¿Piensa que nos podemos deshacer de él porqué el protocolo dice que no es viable? ¿Porqué le faltan dos semanas? Este ser tan frío y despiadado, ¿se dedica a traer al mundo vidas? Está claro que él no quiere ayudar a nuestro hijo, ya le ha sentenciado. Le digo que quiero el traslado, cuanto más lejos de él, mejor. Yo si que quiero intentar salvar a mi hijo, haría cualquier cosa por intentarlo. Me ve convencida y no le gusta, dice que primero hará una ecografia y entonces hablaremos. Se va, y nos deja esperando con el corazón en un puño.

Por fin, vienen a buscarnos con la silla de ruedas. Otra vez toca bajarme de la camilla, paso los empapadores a la silla, y me siento, que doloroso… Llegamos a la sala del ecógrafo, otra vez subir al potro… Veo que coge el ecógrafo vaginal, que bien, más dolor… Empieza a moverlo, aguanto las ganas de gritar, y se queda en silencio, muy serio. Me pregunta si he roto la bolsa, le digo que en la ducha he notado algo, pero con tanta sangre no he podido distinguir si era líquido o no. Sin decirme nada, se va a llamar por teléfono. Sigue en silencio, hasta que llega un doctor, es el pediatra. Ambos miran la pantalla, y el ginecólogo le dice al pediatra: es negativo. Me quedo helada. No me miran, y les pregunto qué pasa, aunque ya sé la respuesta… No hay latido, ha habido un desprendimiento de placenta, por éso el feto ha muerto. Se me para el corazón, el mundo, se me hace insoportable oír eso y seguir viva… Tiene que ser una broma, o una pesadilla, no le creo. Le digo que no puede ser, que le he sentido moverse hace un rato, no puede ser verdad. Miro a mi pareja, él tampoco se lo cree…

Sigue en silencio, no me da ninguna explicación más. Le pregunto que pasará ahora, y dice que lo tengo que «sacar». Ante nuestras caras de desolación, hace un intento por ser amable y me dice que en un par de reglas podemos volver a intentarlo. Todavía tengo a mi hijo dentro y me está hablando de sustituirlo… Ni una palabra amable. Me siento en una realidad paralela, no puede ser, no puede estar pasando… y éste señor no puede estar tratándonos así, he conocido veterinarios que tratan a sus pacientes con más delicadeza. No se que como irá, estoy asustada, y no me explica nada,  parece que tenga que estar tan acostumbrada como él a la situación. Excepto mi pareja, nadie parece darse cuenta de lo inhumano del trato, al menos, nadie quiere hacerse cargo. Los doctores no tardan demasiado en desaparecer sin decir mucho más, y nos quedamos con el celador. Ya ni siquiera nos tratan como padres, con sonrisas en la cara y felicitaciones, no somos más que un problema del que se quieren deshacer.

El parto de nuestro tan esperado hijo, no será en casa, como queríamos, rodeado de amor, no tendrá un final feliz… sólo será un trámite, el paso de la inmensa felicidad a la desolación y el vacío. No quiero parir, no así… Me gustaría que todo fuese más lentamente, tener tiempo para hacernos a la idea, despedirnos dignamente… Pero mi cuerpo me recuerda, con una contracción, que sigue avanzando.

Me levanto como puedo, con la ayuda de mi pareja. El cuerpo me pesa, la cabeza se me va, mi alma no está conmigo, se quiere ir con la de mi hijo… El pobre celador nos mira compasivo, dice que es una putada, pero que estas cosas pasan. Es lo más empático que nos han dicho hasta el momento.

Volvemos a la sala en urgencias, moverme para volver a subir a la camilla es ya insoportable. Nos dicen que esperemos mientras preparan una habitación, y que me van a ingresar. Odio los hospitales, y lo que estoy viviendo me reafirma. Me he pasado medio embarazo en urgencias, todos los controles y las pruebas salían estupendas, y mi hijo ha muerto. Nos dejan aquí tirados sin soluciones ni explicaciones médicas, sin acompañamiento emocional. Quiero irme a casa y hacerlo a mi manera, pero sé no me dejarían tal como estoy. Ahora tienen miedo por mi salud porqué ha habido desprendimiento de placenta y estoy perdiendo mucha sangre… A buenas horas se preocupan, a mi éso ahora me da igual. He pasado dos meses con contracciones, diciéndoles que perdía mucha sangre, y nadie me hizo caso. Sé que podrían haberlo hecho mejor, pero no me quedan fuerzas ni ganas para pedir explicaciones. Ni siquiera puedo, ya que el cobarde de mi ginecólogo se ha quitado del medio sin decirme ni «hasta luego».

Estoy desolada, igual que mi pareja. Sólo quiero abrazarle y decirle que le quiero. Tenemos un momento de intimidad para llorar a nuestro hijo, y consolarnos el uno al otro… Pero en seguida empiezo a estar muy mal, el dolor me supera.  De golpe tengo muchas ganas de ir al baño, me quiero bajar corriendo de la camilla e irme. Se lo digo a la doctora, y me dice que éso será que tengo ganas de empujar. Tengo el estómago revuelto, e insisto en ir, pero no me deja, dice que me traerá una cuña. ¿en serio? ¿no merezco un momento de intimidad? Necesito estar sola y no me dejan.

Vuelve con ella, y me hace levantar el culo para ponerme ése trasto metálico horrible que se me clava dolorosamente en mi ya dolorido coxis… Lo dejan esperando a ver si hago algo, como si fuese posible en ésa postura, con ése dolor, y todos mirándome. La situación me parece denigrante, cruel… Le digo que lo saque, y pienso que se lo metan ellos por donde les quepa, o lo usen de cojín y vean lo cómodo que es.

 

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Abrazos mamíferos ❤