Estamos llegando, veo las majestuosas montañas… Hace sol, debería ser un bonito día de invierno. Me dice que me dejará en la puerta e irá a aparcar, y no me quiero quedar sola, pero no puedo caminar. Bajo y camino lenta y torpemente hacia la puerta. Mientras le espero, veo como va entrando gente. Es domingo y urgencias está bastante lleno. Él llega en seguida, a paso ligero. Entramos, y le pido que hable él, no quiero explicar qué me pasa, otra vez, a la misma mujer de admisiones. Mientras hace cola, me siento en una silla de plástico, en la puntita, qué plástico tan duro… Veo como unos padres están dando sus datos, tienen un bebé y un niño pequeño enfermos, que pena tan pequeñitos y sufriendo… Después va un matrimonio mayor que he visto en la entrada, el hombre se sienta a mi lado, y su mujer me mira de reojo desde la cola… Debo tener muy mala cara, miro al suelo para que no vean mi cara de dolor. Por fin le toca, no sé que le dice, pero él me señala, y la mujer llama por teléfono. En seguida un celador me viene a buscar con una silla de ruedas, y me deja delante de la puerta de urgencias, en la sala de espera. Hay mucha gente, y siento que todos me miran, por suerte estoy de espaldas a ellos. Espero no encontrarme con nadie ahora… Hay unos carteles que indican el tiempo estimado de espera, los dos lo miramos, las embarazadas con amenaza de parto están de las primeras. De golpe, la barriga se me pone de lado, se la enseño, contenta, porqué ya hacía mucho que no le sentía moverse así. Le acaricio, gracias hijo, me has hecho sonreír.
Abren la puerta, no han tardado nada, y otra vez toca explicar que pasa, odio ésta parte. Estoy de 26+6, sangro muchísimo y tengo mucho dolor. Pasamos a una sala, dónde me tengo que desnudar y el protocolo de siempre: pulso, temperatura, y volver a explicarlo. Ya me conocen de las anteriores veces, y ven que ésta vez es más grave. Me ayudan a subir a la camilla, que es dura como una piedra, completamente plana, y allí el dolor se hace insoportable. En seguida viene la médico, la misma que la última vez que fui me dijo que ni siquiera sangraba… No quiero tacto, pero me lo como con patatas ya que según ella, me miente, es la única manera de saber si estoy dilatando. Me duele mucho más que las otras veces, saca la mano y no dice nada. Evita mi mirada, eso son malas noticias. Inocente, pregunto si el cuello está cerrado, a ver si tengo suerte… pero me dice que no e intenta poner cara amable, después desaparece. Le pregunto nerviosa a la enfermera que qué harían, y me dice que no sabe, pero que en seguida llegará el ginecólogo. Me dice que me pondrá una vía con suero y algo para calmarme, no se si se refiere a los nervios o al dolor, pero me da igual…
Nos dejan solos unos minutos eternos, preocupados e indignados al no saber cómo está nuestro hijo, podrían haber escuchado su corazón… Llega el ginecólogo, justamente es el que lleva mi embarazo. Hace sólo dos días que me revisó con el especulo porqué le insistí con que tenía dolor y sangraba… Entonces me dijo que sólo eran restos, que me dolía la barriga porqué crecía y que debía de estar deshidratada. Me mira sorprendido, y se extraña ya que según él, hace dos días estaba «perfectamente». Se lo dije entonces que no estaba bien, que desde el tacto que me hizo mi comadrona el miércoles el dolor y el sangrado habían ido a más. Pero no me hizo caso, sólo soy una madre primeriza asustada… y ahora no tengo fuerzas para decirle todo lo que pienso.
No me explica nada, está serio, y le tengo que preguntar qué pasa. Me contesta sin un ápice de humanidad que estoy abortando. Me mata, le digo que no puede ser. Tengo que seguir preguntando porqué no me dice nada, ¿podéis darme algo para pararlo? Me dice que no. Me da miedo seguir preguntando, cada vez es peor… Me dice que el «feto», que ya no es un niño como hasta ahora, no es viable. Dice que nos tendrían que trasladar a un hospital con UCI para neonatos, pero que no me lo recomienda. Me cuenta que la semana pasada le pasó lo mismo a una chica con la misma edad gestacional y que aunque la trasladaron, el bebé murió poco después de nacer. Continúa diciendo que no recomienda intentar salvar a un bebé tan prematuro, que tendría demasiados problemas de salud. Para poner la guinda, dice con total frialdad, que él no tiene ninguna obligación legal de reanimarlo siendo tan pequeño. No me puedo creer que esté hablando de un bebé con tan poco respeto, como si fuese un juguete defectuoso. Darlo por perdido antes de saber como está… ¿Cómo un médico puede no luchar por la vida?, ¿cómo se atreve a decirnos que no luchemos por nuestro hijo? ¿Piensa que nos podemos deshacer de él porqué el protocolo dice que no es viable? ¿Porqué le faltan dos semanas? Este ser tan frío y despiadado, ¿se dedica a traer al mundo vidas? Está claro que él no quiere ayudar a nuestro hijo, ya le ha sentenciado. Le digo que quiero el traslado, cuanto más lejos de él, mejor. Yo si que quiero intentar salvar a mi hijo, haría cualquier cosa por intentarlo. Me ve convencida y no le gusta, dice que primero hará una ecografia y entonces hablaremos. Se va, y nos deja esperando con el corazón en un puño.
Por fin, vienen a buscarnos con la silla de ruedas. Otra vez toca bajarme de la camilla, paso los empapadores a la silla, y me siento, que doloroso… Llegamos a la sala del ecógrafo, otra vez subir al potro… Veo que coge el ecógrafo vaginal, que bien, más dolor… Empieza a moverlo, aguanto las ganas de gritar, y se queda en silencio, muy serio. Me pregunta si he roto la bolsa, le digo que en la ducha he notado algo, pero con tanta sangre no he podido distinguir si era líquido o no. Sin decirme nada, se va a llamar por teléfono. Sigue en silencio, hasta que llega un doctor, es el pediatra. Ambos miran la pantalla, y el ginecólogo le dice al pediatra: es negativo. Me quedo helada. No me miran, y les pregunto qué pasa, aunque ya sé la respuesta… No hay latido, ha habido un desprendimiento de placenta, por éso el feto ha muerto. Se me para el corazón, el mundo, se me hace insoportable oír eso y seguir viva… Tiene que ser una broma, o una pesadilla, no le creo. Le digo que no puede ser, que le he sentido moverse hace un rato, no puede ser verdad. Miro a mi pareja, él tampoco se lo cree…
Sigue en silencio, no me da ninguna explicación más. Le pregunto que pasará ahora, y dice que lo tengo que «sacar». Ante nuestras caras de desolación, hace un intento por ser amable y me dice que en un par de reglas podemos volver a intentarlo. Todavía tengo a mi hijo dentro y me está hablando de sustituirlo… Ni una palabra amable. Me siento en una realidad paralela, no puede ser, no puede estar pasando… y éste señor no puede estar tratándonos así, he conocido veterinarios que tratan a sus pacientes con más delicadeza. No se que como irá, estoy asustada, y no me explica nada, parece que tenga que estar tan acostumbrada como él a la situación. Excepto mi pareja, nadie parece darse cuenta de lo inhumano del trato, al menos, nadie quiere hacerse cargo. Los doctores no tardan demasiado en desaparecer sin decir mucho más, y nos quedamos con el celador. Ya ni siquiera nos tratan como padres, con sonrisas en la cara y felicitaciones, no somos más que un problema del que se quieren deshacer.
El parto de nuestro tan esperado hijo, no será en casa, como queríamos, rodeado de amor, no tendrá un final feliz… sólo será un trámite, el paso de la inmensa felicidad a la desolación y el vacío. No quiero parir, no así… Me gustaría que todo fuese más lentamente, tener tiempo para hacernos a la idea, despedirnos dignamente… Pero mi cuerpo me recuerda, con una contracción, que sigue avanzando.
Me levanto como puedo, con la ayuda de mi pareja. El cuerpo me pesa, la cabeza se me va, mi alma no está conmigo, se quiere ir con la de mi hijo… El pobre celador nos mira compasivo, dice que es una putada, pero que estas cosas pasan. Es lo más empático que nos han dicho hasta el momento.
Volvemos a la sala en urgencias, moverme para volver a subir a la camilla es ya insoportable. Nos dicen que esperemos mientras preparan una habitación, y que me van a ingresar. Odio los hospitales, y lo que estoy viviendo me reafirma. Me he pasado medio embarazo en urgencias, todos los controles y las pruebas salían estupendas, y mi hijo ha muerto. Nos dejan aquí tirados sin soluciones ni explicaciones médicas, sin acompañamiento emocional. Quiero irme a casa y hacerlo a mi manera, pero sé no me dejarían tal como estoy. Ahora tienen miedo por mi salud porqué ha habido desprendimiento de placenta y estoy perdiendo mucha sangre… A buenas horas se preocupan, a mi éso ahora me da igual. He pasado dos meses con contracciones, diciéndoles que perdía mucha sangre, y nadie me hizo caso. Sé que podrían haberlo hecho mejor, pero no me quedan fuerzas ni ganas para pedir explicaciones. Ni siquiera puedo, ya que el cobarde de mi ginecólogo se ha quitado del medio sin decirme ni «hasta luego».
Estoy desolada, igual que mi pareja. Sólo quiero abrazarle y decirle que le quiero. Tenemos un momento de intimidad para llorar a nuestro hijo, y consolarnos el uno al otro… Pero en seguida empiezo a estar muy mal, el dolor me supera. De golpe tengo muchas ganas de ir al baño, me quiero bajar corriendo de la camilla e irme. Se lo digo a la doctora, y me dice que éso será que tengo ganas de empujar. Tengo el estómago revuelto, e insisto en ir, pero no me deja, dice que me traerá una cuña. ¿en serio? ¿no merezco un momento de intimidad? Necesito estar sola y no me dejan.
Vuelve con ella, y me hace levantar el culo para ponerme ése trasto metálico horrible que se me clava dolorosamente en mi ya dolorido coxis… Lo dejan esperando a ver si hago algo, como si fuese posible en ésa postura, con ése dolor, y todos mirándome. La situación me parece denigrante, cruel… Le digo que lo saque, y pienso que se lo metan ellos por donde les quepa, o lo usen de cojín y vean lo cómodo que es.
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Abrazos mamíferos ❤